De la palabra anómica. Por Luis Barragán (@LuisBarraganJ)

De Orwell a nuestros días, devenido lugar común, la neolengua es una de las características más visibles de toda experiencia totalitaria. Sin embargo, el tronco discursivo está en el cultivo acendrado del razonamiento falaz, pues, al fin y al cabo, versamos en torno a regímenes que,  como el venezolano, son algo más que un burdo envalentonamiento dictatorial.

 

A la (hiper) inflación económica, negada oficialmente sus cifras, a pesar del mandato constitucional,  sumamos la radical depreciación del lenguaje. Operando en uno y otro caso, la (auto) censura tiende a imposibilitar la debida decodificación, ya que el debate mismo configura un delito.

 

Convertida la zozobra en un hábito de degradación, solemos perder la noción misma de toda urgencia, ejemplificada por el modesto y meritorio hidrante urbano. Toda ciudad organizada del mundo, que las hay, aunque sea muy numerosa su población, lo exhibe como la más elemental previsión ante una situación desesperada, cual puerta especial de emergencia para todo inmueble de medianas o grandes dimensiones.

 

Las bocas de agua, los grifos de urgencia o, sencillamente,  los hidrantes, son de exclusivo uso bomberil, pero la falta de agua en pueblos, caseríos y ciudades, acá,  autoriza o dice autorizar la toma ilegal que, al mismo tiempo, nos lleva al derecho fundamental de acceder al vital líquido. La negligente conducta de las autoridades públicas, desmiente su provisionalidad y, aunque puede argüirse que cubre una real emergencia, acostumbrado y prolongo el empleo, la denominación pierde su original significación, adquiriendo otras,  además de atenuar la protesta por la injustificada escasez.

 

Realizando la palabra anómica, la consabida reconversión monetaria nos remite a las tablas de multiplicar y de dividir que son el tormento del escolar que se inicia. Nunca antes, la resta de 0, había sumado tantas desdichas, como ahora: la sola operación aritmética, echa un manto de confusión sobre una verdad incontrovertible: el colapso económico de un país que fue potencia petrolera, apenas, años atrás.

 

El régimen falaz ha penetrado todos los ámbitos, incluso, al trastocar las formalidades de los documentos notariales y registrales, castigar la pretendida especulación, militarizar los espacios públicos cundidos del hampa, invocar la paz mientras profundiza en la violencia. Por fortuna, las redes sociales dan cuenta de la sensatez que se resiste, pues, muy cotizados los Tweeds, por una parte detienen a gerentes de empresas por aumentar los precios, mientras que nada ha ocurrido con la directiva del metro caraqueño al encarecer el boleto en más de mil por cierto.

 

En el reino del disparate, no existe posibilidad alguna de desarrollo humano. En el reino de las libertades, todas.

DC / Luis Barragán / Diputado de la AN / @LuisBarraganJ

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