Yacía arrodillado, sin vacilar por un instante en su intención de abrazarlo y aprovechar esta oportunidad inigualable de convertirse en un vocero poco convencional. Lo tenía en frente, con su cabello desmarañado, su mirar ambiguo y ataviado con la vestidura hemisférica de buscar una justicia cada vez más complicada.
Le gritó con el llanto quebrado, hincado en su propio desdén y con la convicción de no desaprovechar una ocasión indispensable y selecta: “libere a este pueblo en el nombre de Jesús”. Lo dijo con el rostro bañado de sollozos sinceros, mostrando una valentía radical y cansado de tantos riesgos diarios de morir en el mal humor del hambre.
Parecía un intercambio de consternación. Una prueba más de cómo se cae a pedazos el país de las libertades. Ya no era un relato diplomático de algún político venezolano que visitaba sus oficinas en Washington. Tampoco un reporte agudo de los noticieros internacionales que exprimen el caso de nuestro país y muestran el plato cotidiano de su propia desgracia.
“Ayúdanos, que estoy sufriendo”, filtraban sus palabras, ahogadas por su llanto desgarrador. “Soy un profesional, educador, y trabajo con una carreta aquí, porque el sueldo no me alcanza para comer”, farfulló el joven venezolano, mientras seguía abrazando al representante continental en el suelo y éste estrechaba su mano, levantándolo para repetir el abrazo de pie.
El secretario general de la OEA, Luis Almagro, visitó los refugios y comedores comunitarios dispuestos en Colombia para los migrantes venezolanos el pasado fin de semana. Lo hizo con la sensación desoladora de saber con lo que se iba a encontrar. Con la claridad de comprender la tortura impuesta a un pueblo que cada día, pierde la esperanza en la puerta de las posibilidades.
Tal vez lleva la intención inequívoca de alcanzar su sueño marginal de libertad. Esa que gritaban todos los presentes en este pequeño encuentro con esta realidad aplastante, de la conocida en el pasado como una nación caudalosa y petrolera.
Debió sentir aversión por tanta infamia. No era un cuento político ni las pretensiones de otros por aparentar adversidades. Palpó en directo, el clamor de los compatriotas por cambiar sus destinos, el cual se halla condicionado en estos instantes, a los caprichos de una detestable dictadura.
Al ser allanado por los refugiados en Cúcuta, con la pregunta consabida sobre el retorno de la libertad, Almagro tuvo las palabras correctas, pero sin calendario preciso: “la crisis migratoria se resuelve con ustedes de vuelta en Venezuela, libres y capaces de seguir su futuro».
Había arribado el miércoles pasado a Bogotá. Primero se reunión con autoridades locales. Después lo hizo en Cartagena con el presidente Iván Duque, para tratar la “crisis migratoria más grande del hemisferio occidental”, como él mismo la ha calificado.
Busca una respuesta a esta emergencia, la cual sólo se encuentra en la determinación precisa, justa y provechosa de todos los países. Resolver este entuerto es una tarea complicada, pero no larga como algunos pretenden hacer creer. La comunión total o, en todo caso, mayoritaria de las naciones de América, será crucial para lograr este cometido fundamental: la libertad para el país de donde germinaron las libertades.
No sería descabellado pensar que Almagro efectúe una visita similar a Brasil. Quizá también viaje a Ecuador, Perú, Chile y Argentina, receptáculos constantes de la diáspora venezolana.
No me cansaré de repetir que nuestra realidad dejó de ser un problema nacional. Las falacias económicas de Venezuela repercutirán en el futuro en el manejo de los recursos y en el crecimiento de los demás territorios de Sudamérica. Así lo afirman los especialistas. Sin contar que la necesidad de darle una respuesta a una cantidad de emigrantes inconcebible, es un gran dolor de cabeza que no se alivia con una tableta ni con un barbitúrico, sino con una real decisión continental.
DC / Mgs. José Luis Zambrano Padauy / Ex director de la Biblioteca Virtual de Maracaibo “Randa Richani” / zambranopadauy@hotmail.com / @Joseluis5571