Por estos días Moisés Naím escribió un interesante artículo sobre un nuevo perol de la modernidad con el que tendremos que aprender a vivir. Se trata de un asunto mediante el cual, utilizando computadoras y programas avanzados es posible hacer videos casi perfectos de cualquier individuo sin su presencia. Así, la computadora copia previamente los movimientos, la voz e imagen de una persona y de allí en adelante se le puede ordenar que se vista (o desvista), que hable, gesticule y que haga y diga lo que uno quiera, como si se tratara del personaje real.
Cuenta Naím, que ya artistas de moda han salido con este engaño en videos pornográficos con una precisión que es casi imposible imaginarse que no son ellas o ellos. Angela Merkel, Trump, Macri y Obama han sido puestos en videos a decir cosas impensables, pero el espectador los ve y escucha con tanta realidad que la coba se la traga suavecita.
Hasta ahora los montajes caseros habían sido casi siempre cosas de chiste, pero esto es muy distinto y sus consecuencias impredecibles. Pueden engatusar a todos y hasta alterar las relaciones entre parejas, entre grupos y entre Países. Y ya ocurrió, pues pusieron en un video al emir de Qatar a hablar bien de los enemigos de Arabia Saudita y, por eso, rompieron relaciones por su “evidente” apoyo al terrorismo.
Al método se le ha bautizado como “deepfake” (mentira profunda) y nos trajo a recuerdo una película porno de hace cincuenta años llamada “deepthroat” (garganta profunda) donde una linda joven descubre que, por error genético, su clítoris no estaba en el lugar usual sino en su garganta (las escenas siguientes parecían, pero no eran fake).
Sin embargo, también tiene su lado útil, de manera que cuando su esposa o esposo le reclame por un video donde usted aparece bailando apretado con otro u otra, podrá decir que se trata de un perverso deepfake de algún enemigo tratando de alterar su dulce paz conyugal, o puede hacer un video-fake de su jefe hablando maravillas de usted para provocar la envidia de sus colegas.
Por no saber de estas tan modernas cosas, ni a Maduro, ni a alguien de su entorno se le ocurrió explicar que la comilona en Estambul fue un miserable deepfake montado por el imperio para desprestigiarlo y que esa noche, en realidad, solo comieron unas arepas con queso rayado que Cilia había metido en el bolso de viaje para el regreso de China. Podrían haber dicho que es absurdo que a Maduro y Cilia los hagan pasar por modernos sibaritas y que hasta el cigarrote habano prueba la falsedad del video ya que, desde hace rato, nuestro sufrido viajero dejó de fumar.
Los sibaritas (habitantes de Síbaris, una ciudad de influencia griega pero situada en la suela de la bota que hoy es Italia en 500 a.C.) eran reconocidos por su inclinación a la suntuosidad, al lujo y al ocio. Dicen que, entre otras excentricidades, amaestraban sus caballos para que bailaran al oír música. Conociendo esto, una vez durante una batalla, sus enemigos tocaron música y los caballos empezaron la pachanga, desordenaron el combate y los sibaritas perdieron.
Nuestros sibaritas rojos, algo más rústicos, prefieren mostrar a los burros que con música de salsa se tongonean en cadena nacional y les importa un carajo pegarse una comilona millonaria enfrente de un País famélico.
Ni usando el deepfake se van a salvar de pagar el inmenso daño que le han ocasionado a Venezuela.
DC / Eugenio Montoro / montoroe@yahoo.es