«Una guerra con Venezuela podría durar solo dos días, pero las consecuencias, cien años». La frase es del expresidente colombiano Alfonso López Michelsen y ha vuelto a escribirse en los diarios de ese país.
La razón es sencilla: la idea de la intervención militar a Venezuela empieza a empapar la opinión pública en territorio neogranadino gracias al discurso del embajador colombiano en EE.UU., Francisco Santos, y el respaldo expreso de la administración estadounidense, ratificado esta semana por Donald Trump, quien aseguró que hasta las opciones «más fuertes» son consideradas por Washington para deponer al actual gobierno venezolano.
Aunque el presidente de Colombia, Iván Duque, trató de desescalar las palabras de su embajador alegando que su país «no tiene espíritu belicista», indicó que su país «mantiene la firmeza» para denunciar la supuesta «dictadura» que hay en Venezuela.
Pero más allá del clima de opinión, la sociedad colombiana no le ha dado luz verde a las amenazas de una confrontación armada. Políticos, intelectuales y activistas sociales han alzado la voz para criticar una guerra en ciernes justo cuando la paz, tan recientemente firmada con la extinta guerrilla con las FARC, cada día da más signos de fragilidad.
Las alarmas sobre la eventual preparación de Colombia para una confrontación armada no surgieron únicamente de los voceros del gobierno, sino también por las cuentas. El anuncio de un incremento presupuestario para gastos en Defensa por parte de la administración de Duque levantó las sospechas.
La representante a la Cámara por Bogotá, Juanita Goebertus, manifestó esta semana su preocupación por la propuesta de modificación presupuestaria efectuada por Duque, que constituye «un aumento de 53%» con respecto al año pasado, mientras se reducen en casi la misma proporción los recursos destinados a cumplir el acuerdo de paz en los temas de desarrollo rural.
Pero las dudas no se quedaron allí. La oposición en el Congreso extendió una invitación esta semana al ministro de Defensa, Guillermo Botero, para explicar el por qué del abultado presupuesto que contempla la adición de 667 millones de dólares pesos para el fortalecimiento del sistema antiaéreo, una de las principales debilidades que se expuso en 2009, durante el entonces gobierno de Álvaro Uribe, ante el escenario de un eventual conflicto armado con Venezuela, recoge El Espectador.
En ese contexto, las críticas a un eventual escenario de guerra no han faltado. Más allá de la antipatía o simpatía que puedan tener los colombianos con la figura del presidente venezolano, Nicolás Maduro, las voces de un país que padeció más de medio siglo de conflicto armado son las mismas que se niegan a abrir un nuevo frente contra un país vecino.
«No quisiera ser obvio, pero no hay manera de hablar de eso que sin ser obvio. Uno puede mirar estadísticas y preguntarse: ¿alguna vez hemos visto una manifestación popular que esté a favor de la guerra o que haya un grupo de madres que diga ‘queremos mandar a nuestros hijos a la guerra’? ¿O que haya un grupo de jóvenes que diga ‘nosotros no queremos estudiar, queremos ir a la guerra’? Independientemente de todas las críticas que se tengan sobre el gobierno de Venezuela, que se tienen, y contra la figura de Nicolás Maduro, creo que no hay ninguna razón para desatar una guerra», considera el dramaturgo y escritor colombiano Fabio Rubiano.
No obstante, el analista político y profesor universitario, Richard Tamayo, advierte que el afán belicista coincide con una doble necesidad de los gobiernos de Washington y Bogotá: «Trump necesita fortalecer su imagen interna y la lucha antidrogas junto con la intervención en Venezuela pueden darle buenos réditos políticos. Colombia, por su parte, tiene miedo de una eventual descertificación por el crecimiento de los cultivos de coca y las FARC ya no son un enemigo que convoque a la opinión pública, así que a los dos gobiernos les conviene buscar puntos de colaboración».
No es la primera vez que soplan vientos de guerra entre esas naciones hermanas en los últimos 30 años, pero las tensiones nunca llegaron a la consumarse en el terreno.
En 1987, ambos países estuvieron al borde de irse a las armas luego de que un barco de guerra colombiano fuese interceptado por la Armada venezolana en las aguas del Golfo de Venezuela. No obstante, tras la mediación entre las partes, Bogotá resolvió retirar su embarcación de la zona, que continúa en disputa territorial.
La acritud volvió en 2005, cuando el entonces presidente Hugo Chávez ordenó la suspensión de las relaciones comerciales entre ambos países por la captura del llamado canciller de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Rodrigo Granda, que se efectuó en territorio venezolano sin advertir de la operación a Caracas.
Las relaciones siguieron con fricciones hasta que llegaron a un punto crítico en 2010, cuando el presidente Álvaro Uribe suscribió un convenio con EE.UU. para la instalación de siete bases militares en Colombia y acusó a Venezuela de tener campamentos de las FARC en su territorio. El acuerdo fue leído por Chávez como una amenaza a la paz regional que, bajo pretexto del supuesto amparo a la guerrilla, intentaba justificar una intervención armada con el apoyo de las fuerzas estadounidenses. Por esa razón, Caracas decidió romper las relaciones con Bogotá y se llamó a consultas a los embajadores.
Para Tamayo, al igual que en ocasiones anteriores, es poco probable que se llegue al punto de una confrontación militar. «Quiero pensar que el ambiente belicista no busca nada distinto a generar un entorno de opinión. Es decir, que el objetivo es comunicativo y político. Eso pasa con EE.UU. todo el tiempo. Una eventual guerra sería desastrosa para toda la región, así que confío en que los militares estadounidenses le sigan poniendo límites a la opinión de Trump, como sabemos que lo han venido haciendo», sostiene.
En la víspera de la Asamblea General de Naciones Unidas, el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, hizo una visita a la ciudad colombiana de Cúcuta, limítrofe con Venezuela, desde donde afirmó: «En cuanto a la intervención militar para derrocar a Nicolás Maduro, no debemos descartar ninguna opción».
Esas declaraciones fueron rechazadas mediante una carta por el llamado Grupo de Lima, integrado por países que han tratado de impulsar acciones diplomáticas contra Caracas, pero que se oponen a la opción de una intervención. Los únicos gobiernos que no firmaron la misiva fueron Colombia y Guyana, limítrofes con Venezuela.
Días después, Bogotá denunció la supuesta movilización de tropas por parte de Venezuela a la frontera, lo que Trump consideró como un «evidente esfuerzo de intimidación», que sería respondido enérgicamente por su país: «Déjenme ser claro: EE.UU. siempre apoyará a sus aliados».
Frente a las acusaciones, el canciller venezolano, Jorge Arreaza, respondió: «No es la primera vez que Colombia dice que Venezuela está moviendo tropas para la frontera para fomentar un conflicto internacional», tras aclarar que el despliegue era un ejercicio rutinario que hace su país para el combate del narcotráfico y el contrabando de extracción de gasolina en la frontera. En paralelo, Caracas ratificó su disposición al diálogo.
El miércoles, durante su discurso ante la ONU, Maduro insistió en que hay un interés económico detrás de la posibilidad de una invasión militar, si se tiene en cuenta que, a pesar de la crisis, Venezuela tiene la primera reserva mundial de petróleo, ingentes recursos mineros y el cuarto lugar de reservas gasíferas. No obstante, Tamayo apunta que es precisamente la debilidad económica de Colombia la que pudiera impedir una aventura belicista.
«Duque –explica Tamayo– no recibió a Colombia en el mejor momento fiscal (…) La gran debilidad de este gobierno está en la economía y ahí encuentro un argumento más para pensar que el ánimo belicista es más político que militar».
En columnas y editoriales de los principales diarios de Colombia, el escenario bélico también tiene sus detractores: «La única salida es la presión diplomática», apunta El Espectador. «El discurso de guerra resulta atractivo, así como engañoso y peligroso», escribe la analista Laura Gil en El Tiempo. La revista Semana tituló esta semana su portada con la frase «Jugando con candela», para aludir a un análisis que concluye que «una intervención militar en Venezuela sería catastrófica», por lo que Bogotá debería asumir una «posición categórica en contra».
Una de las voces que rema hacia el escenario de confrontación es, casualmente, Uribe. El ahora senador y mentor político del presidente Duque no solo ha mostrado su total respaldo a la intervención sino que esta semana le ha lanzado más leña al fuego: «Las tropas (venezolanas) no hay que moverlas hacia la frontera, hay que moverlas hacia el Palacio de Miraflores», dijo.
Rubiano apunta en que si bien existen intereses económicos y políticos detrás de una guerra, tanto en Colombia, EE.UU. e incluso Venezuela, «ninguno de los pocos que la alientan va a enviar a sus hijos a combatir».
«Entonces sí, hay que ser evidentes y obvios, y hay que decir lo que manda la lógica y lo que manda el desarrollo del pensamiento: es mucho mejor batallar con ideas, con conversación, con diálogos y con elementos que pertenezcan a la democracia, no por otras vías». Los anuncios belicistas son, para buena parte de los colombianos, un juego con candela en el que nadie se debería quemar.
DC / RT – Nazareth Balbás