Sir Winston Churchill dejó para la posteridad, su país y el mundo sus célebres palabras de resistencia y antídoto contra el abuso y ante la calamidad pública. Tales fueron: “sangre, sudor y lágrimas”. En efecto, cuando el “diablo” toma fuerzas y desordena los propósitos de un pueblo en relación con las cosas y compromisos que le son suyos ante sus propias vicisitudes; cuando los fundamentos de una nación se despegan de su mejor suerte y los desvíos políticos toman cuerpos extraños el asomo de nación se aleja. Entonces, los defectos surgen de todas partes y la idea del colectivo se olvida y no interesa. En otras palabras, la cosa esta mal. Recordemos que tanto el rico, como el pobre, más el gobierno, conforman la República.
De esta forma y modo se van perdiendo los valores y las expectativas ciudadanas mientras el arte de la individualidad mal concebida crece y se multiplica en la sociedad. Así mismo, los caminos oportunos se esconden o no hay atractivo alguno. Lo hemos sostenido repetidamente: ¡de esta manera, no vamos bien! En efecto, cuando el ejército nacional se parcela para desarrollar planes parciales, la república se divide y la organización social enflaquece como por arte de magia. Pareciera que el hombre se encierra en sus comodidades y sus debilidades institucionales, abriéndose para lo que le luce fácil sin percatarse de que, cuando se olvidan las obligaciones, nada funciona porque todo corre inventado, sin compasión, ni visión del servicio colectivo al pueblo de Dios.
De cierto que, el mantener el control del poder, sin orden y sin miramientos legales o de costumbres, conducen a que no hay cuentas que entregar, ni a quien consultar porque las reglas a seguir están repartidas sin disciplina. Entonces, hay mando pero no quien los siga. Todo se va abandonando, es decir, los esquemas no se ejecutan sino sencillamente se guardan; no hay orden que resguarde el orden para la vigilancia, no hay agentes de servicio. La misión del país la hemos sacrificado y perdido dentro de las divisiones de la dirigencia general. Todo está solo, o en poco hay compañía. Luce como si no hay máquinas para sumar sino que solo se usan para restar y, mientras tanto, las metas no se consiguen, ni llegan. Así la manera como se están manejando oposición y gobierno, de cada quien por su lado y el país solo, el resultado no sirve a nadie, ni hay orientación hacia los mejores logros. Como tampoco existen caminos decididos, ni programas morales de corrección y de ejecución, los objetivos se confunden al no llevar concordancia de acuerdos previos o visiones comunes. Todo nace extraviado o por vías distintas y difíciles.
Es fácil calcular que las suertes de las partes en nada se parecen, lo cual enloquece y torpedea los afectos y las causas. A la par, los efectos, si fuera el caso, nada nuevo los sigue y solo las líneas cruzadas de los dos intereses, cada día se ofenden más y todo termina igual “cerca y/o alrededor del mal”.
Como quiera que la vida se va y los planes de la discordia crecen a diario, por el apetito que hay sobre ella, sin que nadie ceda, ni de algo a torcer, ésta es nuestra arenga: Hitler pasó y Franco, igual. Tito no ha resucitado. Solo Dios parece que sigue reincorporado y un buen día llamará a pedir cuentas y entonces llorarán con el rechinar de dientes. Por eso es mejor repartir logros que plantear hegemonías. La vida más equilibrada parte de la buena repartición. Pérez Jiménez se hizo famoso más que por la Seguridad Nacional, por la obra limpia dejada y el respeto general hacia el hombre común y corriente, y al ciudadano durante los años de su dictadura, y a su manera.
DC / Luis Acosta