En las democracias liberales aún incipientes, mentir acarrea una grave sanción moral para las autoridades públicas que frecuentemente se ven obligadas a dimitir, así no incurran en delito. Sólo en las experiencias autoritarias o, mejor, en los ensayos totalitarios, ganan el aplauso del establecimiento y hasta puede reputarse como toda una habilidad política, revelando cuan lejos llega la descomposición.
Por demasiado evidente que sea la catástrofe, la hambruna o el éxodo, los voceros calificados de la dictadura venezolana tienen por hábito desconocer la realidad e, incluso, apelando a la vieja retórica, insistir en que somos un país asediado, Además, una potencia petrolera capaz de satisfacer las más elementales necesidades de la población. No es difícil imaginar el esfuerzo propagandístico y publicitario, realizado en el exterior a través de embajadas, consulados y agentes oficiosos ya confortablemente sembrados en las más importantes capitales del mundo, con pericia en las relaciones públicas o lobbyes que, se dice, cuenta con la participación paradójica de otros coterráneos expertos, teóricamente imposibilitados de entrar por el Aeropuerto Internacional de Maiquetía.
La campaña no es otra que la de una victimización actual y también preventiva, pues, a juzgar por algunos testimonios que recogen las redes sociales, hay movimientos que escenifican sendos actos de solidaridad con la llamada revolución bolivariana, en países que no viven ni sienten una situación remotamente parecida a la venezolana. De un lado, magnífico pretexto, la voracidad imperialista muerde los logros de un proceso de redención social, arrinconando y empantanando a sus líderes, faltando poco, garantes de la democracia de innumerables comicios en su haber; y, del otro, cuales Salvador Allende, dispuestos al sacrificio, se adelantan con una versión del martirio que dirá serles útil, cuando todo esto pase, con la pretensión de un exilio dorado y de cierta respetabilidad moral y política.
Mienten descaradamente, los medianos y altos funcionarios del régimen, porque no tienen otra alternativa, gozando de una impunidad intolerable en otras latitudes. Poca vergüenza personal sienten al hacerlo, sabiéndose moralmente destruidos, aunque los más avispados que suponen contar con una mayor vida útil, políticamente hablando, apuestan por una interpretación que les confiera la dignidad del martirio, quizá pensando en liderar a la oposición al regresar, dentro de algunos años, con el pretexto de una bandera ideológica y con el debido soporte de recursos. Acotemos, prevaleciente la vocación mercantil antes que la política, al resto de la dirigencia actual, justificándose por la edad, le atrae más el futuro exilio que defender una gestión indefendible, excepto aquéllos que temen por la justicia internacional.
El martirologio allendista será apenas un detalle, frente al esbozado por los que se saben prontamente fuera del poder, sumado al séquito de sus más ingenuos seguidores y a la maquinaria propagandística de otras dictaduras. Digamos, poco les importará que sea mentira: mienten al desmentir.
DC / Luis Barragán / Diputado de la AN / @LuisBarraganJ