Vigilantes del espacio: Los satélites que combaten las catástrofes

A orillas del bucólico Lago Maggiore, más de 2.000 investigadores trabajan para ofrecer asesoramiento científico independiente a las instituciones de la Unión Europea. Las conclusiones de sus estudios ayudan a los políticos europeos a tomar decisiones y a legislar sobre temas tan variados como la energía nuclear, los cultivos modificados genéticamente, las emisiones contaminantes de vehículos, la expansión de mosquitos portadores de enfermedades o las crisis por las llegadas de refugiados.

«Los políticos reciben habitualmente muchas presiones y necesitan datos científicos de los que se puedan fiar», resume uno de los responsables de comunicación del servicio de ciencia y conocimiento de la Comisión Europea, que ha instalado en Ispra los principales institutos de su Centro Común de Investigación (en inglés, Joint Research Center, JRC).

Esta pequeña localidad de la Lombardía de poco más de 4.000 habitantes acoge, entre otros, el Instituto para el Medio Ambiente y la Sostenibilidad y el que se encarga de las cuestiones que tienen que ver con la salud y la protección de los consumidores. Pero también desde este municipio del norte de Italia se monitorizan las catástrofes que afectan a cualquier rincón del mundo. Es posible gracias a la flotilla de satélites de observación terrestre Copérnico, que vigilan el planeta noche y día y que mandan de forma continua sus datos a la Tierra.

En 2018 se han cumplido 20 años de este programa de vigilancia de nuestro planeta desarrollado conjuntamente por la Comisión Europea y la Agencia Espacial Europea (ESA) que, con motivo del aniversario, invitó a este diario a conocer algunas de las instalaciones desde las que se gestionan los datos que recogen los siete satélites que lo conforman de momento.

A tiro de piedra de Ispra está Baveno, el lugar en el que el 19 de mayo de 1998 se firmó el Manifiesto de Baveno que impulsó el programa de observación terrestre Copérnico, antes llamado GMES (Global Monitoring for Environmental Security). Baveno es uno de esos idílicos pueblos italianos bañados por un lago cercado por un cuidado paseo marítimo lleno de flores y salpicado de terrazas en las que se relajan los turistas. En los alrededores han construido sus villas millonarios atraídos por la tranquilidad y discreción de este rincón del norte de Italia.

Pero, desde la firma de ese documento, hubo que esperar 16 años para obtener los primeros datos. Sentinel-1A fue el primer satélite que se lanzó, en abril de 2014; Sentinel-3B, el último en ser puesto en órbita, despegó el pasado 25 de abril y se espera que esté totalmente operativo a finales de año. En los próximos años serán lanzados los instrumentos Sentinel 4, 5 y 6, que irán a bordo de otros satélites.

Según explica el científico del JRC Alan Belward, responsable de la gestión de recursos terrestres, básicamente, estos satélites ofrecen datos que son utilizados en seis áreas: vigilancia de la superficie terrestre, de los océanos y de la atmósfera, cambio climático, gestión de emergencias y seguridad.

«En conjunto, estos siete satélites combinados permiten observar de día y de noche, con todas las condiciones meteorológicas, incluso cuando está nublado, y en radar y óptico», dice Belward. «Nos permiten hacer observaciones sistemáticas y monitorizar globalmente el planeta. Es decir, nos dan una visión de lo que ocurre en todo el mundo», señala.

El Laboratorio Europeo para la Gestión de Crisis de Ispra es uno de los centros principales de esta red. Una gran pantalla preside la sala de operaciones, varios relojes marcan la hora en distintos lugares del mundo y un dispositivo de alerta de tsunamis informa de los últimos terremotos que han sacudido la Tierra y de su magnitud. Incendios forestales, inundaciones, seísmos, huracanes… desde aquí se establecen alertas por desastres naturales y humanitarios y se maneja toda la información disponible antes, durante y después de la crisis.

Los incendios del pasado verano en Grecia, España, Suecia o Portugal, las inundaciones en nuestro país por la gota fría de mediados de octubre o por la crecida del Ebro  del pasado abril, la riada que anegó el municipio mallorquín de Sant Llorenç des Cardassar el 9 de octubre y el tsunami que en septiembre arrasó parte de la isla indonesia de Célebes y acabó con la vida de más 2.200 personas son algunas de las últimas situaciones de emergencia que se han manejado desde este laboratorio.

«Tenemos acceso a mucha información durante las primeras horas del desastre y puedes saber qué te espera cuando estés sobre el terreno», explica Annett Wania, analista del JRC. «Por ejemplo, tras la erupción del Volcán de Fuego en Guatemala y gracias al satélite Sentinel 2, que barrió el área, pudimos dar a los equipos de rescate información detallada sobre la situación».

A continuación, Wania muestra en la pantalla imágenes del antes y el después de la zona afectada por el fuerte terremoto que sacudió el centro de Italia en agosto de 2016. Saber con antelación qué infraestructuras han quedado destruidas y qué carreteras o puentes son transitables tras un seísmo o por una inundación agiliza las tareas de salvamento en momentos en los que unas horas de diferencia en la intervención son decisivas para salvar vidas.

Las inundaciones (33%) son la principal causa por la que se ha activado el servicio europeo de gestión de emergencias, seguido por los incendios (19%), las tormentas (13%) y los terremotos (6%), según detalla esta investigadora.

Tal y como reflejan las estimaciones del JRC, se prevé que las pérdidas económicas por desastres naturales aumenten notablemente en las próximas décadas. Así, mientras en la actualidad el coste anual de las inundaciones ronda los 5.000 millones de euros, se estima que en 2050 será de entre 10.000 y 20.000 millones y en 2080 podría alcanzar los 42.000 millones. El panorama no es más alentador en lo que respecta a las sequías. De los 3.000 millones actuales se pasaría a los 5.000-25.000 millones a mediados de siglo y a los 36.000 en 2080.

Por otra parte, el último informe anual del JRC sobre incendios forestales, publicado en octubre, alerta de que la temporada de incendios en los países europeos se ha ampliado y ahora tienen lugar durante distintos momentos del año. Con 700.000 hectáreas de terreno calcinadas, dicen los científicos del JRC, 2017 será recordado como uno de los años más devastadores en Europa. Según los datos del Sistema de Información de Incendios Forestales en Europa (EFFIS), la mayoría de los fuegos fueron provocados aunque el calor y la falta de lluvias propiciada por el cambio climático contribuyeron a que éstos fueran más graves y a que se produjeran con más frecuencia pequeños incendios que acabaron estando fuera de control.

 

Pero la pérdida de zonas verdes no es el único perjuicio del fuego. Según concluyen estos investigadores en un estudio publicado en Atmospheric Chemistry and Physics, el humo que genera supone una amenaza para la salud, pues las partículas resultantes de la combustión de la vegetación llegan a la atmósfera y afectan a la calidad del aire.

La evolución de la contaminación en Europa es otro de los aspectos que se miden con estos satélites que, según destaca Federico Cinquepalmi, representante del Ministerio de Educación, Universidades e Investigación de Italia, «están contribuyendo a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos».

«Podemos combinar los datos de Copérnico, disponibles desde 2014, con los de satélites antiguos para comparar y determinar, por ejemplo, el establecimiento de nuevas minas en una región o la expansión de las áreas habitadas», dice Belward, que califica de «brutal» la mejora de la calidad de las imágenes que toman los satélites en dos décadas.

La vigilancia de las fronteras -como la detección de embarcaciones con inmigrantes- así como la monitorización del crecimiento de la población mundial y su distribución son otras de sus tareas: «Prestamos mucha atención a África porque en 2050, uno de cada cuatro nacimientos en el mundo será en ese continente», señala Belward. «Se estima que en 2050, el 70% de la población vivirá en las ciudades», apunta por su parte Beatrice Covassi, representante de la Comisión Europea en Italia.

Comparar la evolución de los territorios les permite estudiar cambios en la Tierra como la evolución de emisiones contaminantes en la atmósfera, la disminución de la capa de hielo en el Ártico, la cantidad de agua disponible, la subida del nivel de mar o la expansión de la desertificación.

Para Jan Woerner, director de la ESA, este programa, que cuenta ya con 150.000 usuarios -entre investigadores, autoridades públicas, empresas privadas y ciudadanos-, ha hecho posible que Europa sea autónoma y no dependa de nadie más en el acceso a datos procedentes del espacio. Entre 1998 y 2020 se van a invertir en Copérnico 6.700 millones y, según estimaciones de la UE, el programa generará beneficios de más de 60.000 millones a la economía europea.

Sin embargo, Hans Bruyninckx, director ejecutivo de la Agencia Europea de Medio Ambiente, subraya que «no sólo debemos utilizar los datos de los satélites para obtener información. Debemos usarlos para cambiar cosas». En la misma línea, Jan Woerner aboga por aunar esfuerzos para proteger el medio ambiente, se muestra «optimista sobre el futuro» y recuerda que «el nuestro es el mejor planeta que conocemos». El director de la ESA discrepa con el ya fallecido astrofísico Stephen Hawking, partidario de llegar a otros mundos para salvar a la Humanidad. «La Tierra es el único planeta que tenemos».

 

El Mundo España

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