“Ser de izquierda es, como ser de derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejia moral”. Estas son palabras del filosofo español Ortega y Gasset que siempre, desde tiempos remotos, han gravitado en mi pensamiento, como una sentencia ineludible. Su alcance, estemos o no de acuerdo con ellas, debería ser motivo de reflexión. A pesar de lo anteriormente señalado, la fuerza de las costumbres, las inclinaciones de la vida, han hecho que uno se “identifique” – las comillas son elocuentes – con uno de esos dos bandos, en mi caso con la “izquierda”, sin nunca dejar de pensar que es realmente, un inmenso reduccionismo o una excesiva falta de rigor al cual el medio político, y la sociedad en general, en buena medida, te lleva. Y “te lleva” no porque uno no esté dispuesto a resistir, sino porque uno no puede estar todos los días, en cada momento, en abierta confrontación social; en otras palabras cedemos, parcial o momentáneamente, por cansancio o aburrimiento. Siempre conscientes de regresar al camino de las convicciones, que es también el camino de la conciencia ética. Parafraseando al escritor francés André Breton pudiéramos decir buscando siempre, y en última instancia, no ceder ante las imposiciones sociales, no renunciar a los terrenos que debemos conquistar, no subordinar la imaginación a las leyes de un utilitarismo convencional, no abandonar nuestra vida a un destino de tinieblas, no dejar que todos nuestros actos carezcan de altura y nuestras ideas de profundidad.
Vivir efectivamente es resistir. Es enfrentar, en todo momento, las “infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil”, es nadar siempre contra la corriente, más allá de todo convencionalismo y prejuicios morales, y de la insoportable falta de rigor que caracteriza la vida moderna. Es quizás ser el poema “Invicto” del poeta inglés William Ernest Henley, que ayudó a Nelson Mandela a sobrellevar su encarcelamiento de 27 años.
En la noche que me envuelve,
negra, como un pozo insondable,
doy gracias al Dios que fuere
por mi alma inconquistable.
En las garras de las circunstancias
no he gemido, ni llorado.
Bajo los golpes del destino
mi cabeza ensangrentada jamás se ha postrado.
Más allá de este lugar de ira y llantos
acecha la oscuridad con su horror.
Y sin embargo la amenaza de los años me halla,
y me hallará sin temor.
Ya no importa cuán estrecho haya sido el camino
ni cuantos castigos lleve a mi espalda:
soy el amo de mi destino,
soy el capitán de mi alma.
Entender que, en el mejor de los casos, toda ideología no es más que un “instrumento”, quizás una mera “referencia”, y nunca puede ser por sí sóla un “objetivo”.
Hoy Venezuela vive una etapa de gran incertidumbre, miseria y pobreza ética e intelectual. La inconmensurable mediocridad del Gobierno del Presidente Maduro, la mediocridad de su dirigencia política y de sus acciones, nos golpea permanentemente, a diario, a toda hora. Ha invadido total y absolutamente nuestra vida cotidiana y nuestro espacio privado. Reina la vulgaridad por doquier, en las alocuciones públicas, en las declaraciones, en los análisis, en los programas de opinión. Aunque hay que decirlo, esa mediocridad es general, casi universal, la vemos de Trump a Macron, de Macri a Bolsonaro, al igual que de Daniel Ortega a Maduro. No hay notables diferencias. Ciertamente se magnifica la absoluta mediocridad del gobierno de Maduro y se minimiza la de los gobiernos de otras latitudes. Hay pocas excepciones. En lo particular, siempre excluyo de ese océano de mediocridades a la revolución cubana, creo que su lucha – totalmente contra corriente – ha sido muy incomprendida y tergiversada.
Ser de izquierda o de derecha son formas, sin duda alguna, de “hemiplejia moral”. Hoy, quizás más que nunca, evidente cuando uno observa los recientes vaivenes en las elecciones de los gobiernos de América latina. Y particularmente cuando observamos los análisis, interesados y poco equilibrados, que se hacen sobre los recientes triunfos de Macri y Bolsonaro, y las correspondientes derrotas de los gobiernos de izquierda. No somos capaces de ver las contradicciones que ocasionaron dichas derrotas. Nos negamos a ver los errores y las contradicciones del PT en Brasil y más allá que el gobierno de Lula llegó a sacar de la miseria a millones de brasileños, también toda la clase política de ese país estuvo involucrada en actos de corrupción, tráfico de influencias, favores y contratos. La mayor parte de la izquierda latinoamericana se niega a reconocer esos hechos o lo hace muy tímidamente. Al igual que se niega a ver las inconsistencias del gobierno de Daniel Ortega. Y el caso nuestro es similar, lo que empezó siendo un proceso que tenía característica de “revolucionario” y de gran y positivo alcance social terminó siendo un proceso amorfo, totalmente absurdo y socialmente insensible, totalmente carente de convicciones y alejado de toda ética. Muchos intelectuales y activistas políticos siguen justificándolo – hemiplejía moral – desde una perspectiva ideológica. Las explicaciones, o justificaciones, se encubren en las campañas mediáticas en contra, en la proliferación del uso de las redes sociales y nos resistimos a ver “la viga en el ojo propio”.
Hoy la antinomia “izquierda/derecha” es, cada vez más, una referencia poco útil y sí una manifestación evidente de una “falsa conciencia” y esa “falsa conciencia” es expresión de la “hemiplejía moral” a la cual hace referencia Ortega y Gasset. Y más bien deberíamos reorientar el debate y la discusión política al terreno de la ética. Una ética siempre puesta en contradicción consigo misma.
Reinaldo – unidadpoliticapopular89@gmail.com – @upp89RQuijada