Antiguamente se consideraba que la vida política era un género exclusivo, que iba acompañado de una excelsa educación, debido a lo cual, solo las personas buenas y preparadas podían tener acceso a esta forma de actuación. Desde esta perspectiva, cuando alguien aprendía a vivir políticamente, se convertía de inmediato, en dueño y señor de su conducta y actuaba siempre en razón del bien común y no de individualidad o grupo en particular.
Auscultando el derrotero que actualmente lleva la política en nuestro país, fácilmente se puede concluir que, en nuestros días, para acceder a un cargo, es más importante ser amigo o protegido del jefe del partido, agrupación política o facción de gobierno, que demostrar algún grado de preparación, combinada con principios morales y valores éticos. Esto me recuerda una anécdota que leí: siendo presidente, a Juan Domingo Perón, se le ocurrió realizar una consulta entre sus más estrechos colaboradores, sobre la conveniencia, o no, de nombrar a un compañero justicialista, Ministro de Comunicaciones. El rechazo a la moción fue generalizado, argumentaron, que no era sindicalista, ni técnico, mucho menos profesional graduado, ante lo cual, Perón remató la consulta con esta lapidaria frase: ¡El cargo habilita Che!
En la antigua Grecia pensaban de forma radicalmente diferente porque a las personas que lograban gran reconocimiento y decoro eran considerados “Hombres Ley”. Reconociendo que son los hombres quienes dan forma a las leyes y a las instituciones y no al contrario. Igualmente, también a la persona que formara parte de la administración pública y actuara con principios éticos, podía llegar a ser considerado un “Hombre Institución”. Marco Aurelio escribió: “en la constitución del hombre, el deber preponderante es el bien común; el segundo es no ceder ante las pasiones corporales, porque es propio del movimiento racional e inteligente marcar sus confines y no dejarse vencer por el movimiento sensorial o impulsivo”.
Cualquier mejora en la operación de las instituciones públicas, y por tanto, en la credibilidad en éstas, solo será posible si se eleva la conducta moral de los individuos que las integran, mediante una adecuada formación ética. La importancia de poner atención en la conducta de los hombres públicos la resaltó Douglas North al decir: “las instituciones son una creación humana, evolucionan y son alteradas por humanos. Por consiguiente, para mejorarlas se debe empezar por mejorar a las personas”.
Para lograr buenos resultados en la política y en la gestión pública se requiere contar con gobernantes y funcionarios que hayan interiorizado valores y posean una conducta íntegra. Son estos servidores públicos quienes marcan las directrices y operan las instituciones. Una de las causas que ha provocado la desconfianza en las instituciones públicas es la ausencia de principios y valores, lo que da pie al incremento de actitudes antiéticas o vicios, tales como la corrupción, el abuso de autoridad y el tráfico de influencias. Estas aberraciones impiden el alcance de las metas y objetivos institucionales.
La catástrofe que vivimos actualmente los venezolanos, según mi criterio, más que una crisis política, es una crisis de la política. Definiendo la primera como: la circunstancia cuando en una sociedad, se rompe el equilibrio de fuerzas del cual depende la estabilidad política, sin que por ello se destruya la idea, ni la misión de la política. Una crisis de la política se produce cuando, esta actividad humana fundamental, necesaria para que una sociedad crezca y se desarrolle, pierde sentido y deja de ser esencial.
Con la política en crisis sobreviene el peligroso fenómeno de la antipolítica, terreno fértil para el cultivo de los “outsiders” de la política, camino ya transitado por nuestro país a finales de la década de los 90s. Sobre ese lunar de la historia venezolana, un consultor político me comentó: el poder político andaba regado por las calles o flotando por el aire, un demagogo muy habilidoso interpretó el fenómeno correctamente, conectó un cable a tierra y se apropió de él. Después de tanta sangre corrida, hogares destrozados y sinsabores degustados, espero que jamás repitamos esa experiencia.
En todo caso, la crisis de la política venezolana hinca sus raíces en la ausencia de diálogo entre gente seria, coherente, honesta y con sólidos principios éticos y morales, que sea capaz de llevar adelante una comunicación efectiva y garantizar el cumplimiento de los acuerdos alcanzados. Heidegger decía: “somos un diálogo desde que el tiempo es. Desde que el tiempo surgió y se hizo estable, desde entonces somos históricos. Ser en diálogo y ser histórico, son igualmente antiguos, se pertenecen mutuamente y son lo mismo”.
Noel Álvarez – @alvareznv – Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE – Noelalvarez10@gmail.com