La mediocridad es un virus, resistente y desgraciadamente común que poco a poco está socavando los cimientos de nuestra sociedad, convirtiéndonos en ovejas infelices que no se atreven a salir del rebaño, y que al final acaban persiguiendo a todo el que intenta desviarse del camino, aunque éste esté equivocado. La mediocridad, hace al político, dócil, maleable, ignorante, un ser vegetativo, contrario a la perfección, solidario y cómplice de los intereses creados.
La mediocridad para lo único que sirve es para destruir, demuele la iniciativa, la motivación, las buenas intenciones, No acepta ideas distintas a las que ya ha recibido por tradición, es sinónimo de envidia, intenta opacar desesperadamente toda acción noble, porque sabe que su existencia depende de que otros no sean reconocidos y que no se pongan por encima de ellos.
Corroe las relaciones interpersonales, crea tensiones, desafectos, descontentos, desconfianzas, divisiones y agravios. El mediocre mira de qué lado se vive mejor.
Desgraciadamente, en una época de crisis como la actual, muchas actitudes basadas en el poder de la mediocridad, el miedo, la vida fácil y acomodaticia ya se ha hecho frecuentes. La transparencia es una de las mejores recetas para combatirlas. Y si esto no ocurre se podrá seguir humillando y manipulando a las personas, se les podrá incluso apartar de sus funciones y seguirá triunfando la mediocridad que tanto daño nos hace, tanto a nivel personal como al social.
Uno de los métodos preferidos del mediocre es crear estados de opinión sobre las personas a su alrededor, un manipulador por excelencia que busca establecer marginaciones, y ascender, con sus “refinados” métodos, según el clásico cuento de la serpiente.
Muchas veces me he preguntado cómo accede el mediocre al poder y creo que se debe por saber representar una personalidad que no es tal, por su doble moral, por su poder de desdoblarse en lo que no es, por la adulación, por saber lograr el ascenso y desplegar su total realidad. Su propósito verdadero no es el éxito colectivo, es el individual, posee en verdad un profundo sentimiento de aversión al cambio, no cuestiona el estatus quo, no contradice el escalón superior, pero desea lograrlo. Posee grandes reservas de envidia, rencor, autosuficiencia, menosprecio al otro, sin olvidar que no pocas posiciones están ocupadas por personas que le tienen miedo al talento a pesar de que pretenden dar la imagen contraria.
Los buenos gobernantes, decía Sócrates, deben acatar las leyes incluidas las no escritas para dar ejemplo. También insistía en la necesidad de los hombres buenos de cumplir hasta las malas leyes para que así los hombres malos tuvieran la necesidad moral de cumplir las buenas.
Desgraciadamente de todo ese pensamiento político, filosófico y moral, en la política venezolana no hay ápice. Nada de lo dicho sobre cómo ser buen gobernante parece haber llegado a nuestros días, salvo por una sentencia, sin duda la más famosa; «Sólo se que no se nada».
Debe ser que aprendemos lo básico, que nos quedamos con los titulares y no llegamos al fondo del pensamiento de quienes estudiamos en la escuela o simplemente que la perversión de la actuación política en nuestros días descansa bien bajo, la excusa de la ignorancia.
Sócrates decía no saber nada para hacerse plenamente responsable de lo que sí sabía.
En cambio hoy, nuestros dirigentes alegan desconocimiento como forma de escape de responsabilidades, como verdadera exaltación a la ignorancia de sus actos. Alegan estupidez e incapacidad para huir de la responsabilidad, para escapar de la moral y a modo de escudo ante los ciudadanos.
Nuestros políticos sólo saben decir que no sabían nada, que les engañaron, pero van a un proceso de legitimación. Así, rebosados de orgullo, participan, para luego solo acudir con la mayor tranquilidad solo a un juicio político, que luego les declarar ignorantes de la situación, y no ser cómplices de la corrupción y la crisis que vivimos.
Todo bajo una dirigencia política que ha convertido en bandera y orgullo del País la ignorancia y la mediocridad.
Sus excusas, no es ser confiado, es que son unos incapacitados para su labor y montados a dorsos de tan inocente valor se encaminan a unas nuevas elecciones.
De su rival tampoco sabía nada, ni él ni nadie de su partido. No sabían lo que hacía quien promocionaba la corrupción, a quienes han puesto para presidir candidaturas, para ser el relevo en la sombra del ignorante en una candidatura y legitimar a los enemigos de los venezolanos.
Ahora bien, los que estamos en verdadero riesgo de ser estúpidos, los únicos y verdaderos ignorantes, somos los votantes si nos resignamos a esta dictadura de la mediocridad, a este sistema político de falsos bobos, que nos insisten en que participan sin querer, que legitiman en beneficio de sus amigos por error, que no van a ser juzgados por ignorantes, que nos recortan derechos por incapacidad de hacer otra cosa que no sea la que les mandan y que el dinero público desaparece, nos dicen los responsables por «váyase usted a saber», a estas alturas es ya imposible entender.
Dr. Johnny Galue / Abogado, Político / @COOTUR