“No te dejes vencer por el mal antes bien, vence al mal con el bien” Juan Pablo II
Hace algunos años, creo que por allá en el 2005, leí en la Internet que una niña decía que su papá era un héroe llamado preso político, lo cual me pareció un poco exagerado e infantil, pues con seguridad, pensé, la pequeña Ivana Simonovis quien apenas tenía como 8 años de edad no sabía lo que estaba diciendo. Nunca voté por Chávez, nunca me gustó porque desde las intentonas le había agarrado miedo. Sabía que era un dictador en potencia pero era demasiado pronto para empezar a secuestrar a sus oponentes con bases legales manipuladas o inexistentes así que eso de preso político lo desestimé porque no estuve en Venezuela durante el paro petrolero ni en los acontecimientos del 11 de abril.
Leí al respecto, traté de entender pero viviendo mi sueño británico y estudiando inglés, un idioma que me costó mucho aprender pero que pronto olvidé, no me ocupé seriamente en los sucesos de mi país. Sabía que era cuestión de tiempo para que aquel gobierno se transformara en dictadura y no quería volver. No sé si por miedo o inmadurez, lo cierto, es que hay hechos que aún me cuentan trabajo comprender.
Así la figura de Simonovis y la de aquella niña que lloraba por su padre pasó a ser una más de las historias trágicas de mi país. ¿Y cómo no? Tuve que volver a Venezuela y a enfrentar mis propios problemas: la readaptación a una sociedad que luego de cuatro años me pareció que se había quedado en el pasado y un hogar destruido porque a mi madre le había dado un infarto y necesitaba de mucho cuidado cuando mi padre la había dejado.
Luego Chávez, en un día de los inocentes, amenazó con cerrar a RCTV por los hechos del 11 de abril, el apellido Simonovis y el del resto de los PM comenzaron a resurgir y yo seguía sin entender. Salí a las calles, me uní a las protestas y en adelante fui más activa en los eventos políticos como forma de drenar el miedo que tenía de morir ahogada en aquellas aguas cubanas que se acercaban como un Tsunami sin poderlo impedir.
Murió Chávez, las protestas se incrementaron, los muertos, heridos, torturados y el nombre de preso político tuvo como rostro principal a Leopoldo López al cual pronto se sumaron el de Ledezma, Ceballos, Saleh y cientos de otros más. Venezuela, había empezado a despertar y con ella, la mayoría de nosotros entendió lo que Simonovis y su familia llevaban años gritando sin desmayar: Los presos políticos son héroes que están tras las rejas por haber vencido sus miedos y haberse enfrentado al mal.
Hoy, que tengo menos tiempo, pero sí una gran pasión por conocer la verdad, he estudiado la vida de Simonovis plenamente, he entendido que es un hombre de principios y valores, un hombre de hogar que merece su libertad porque es inocente y ha pagado con creces el no haber sido un títere en las manos de quienes por alguna razón odian nuestra nación.
Lo que me ha llevado a sentir vergüenza de mí misma al preguntarme ¿Dónde estaba yo cuando pasó todo eso? Y aun peor, ¿Dónde están tantos venezolanos hoy en día en que las cifras de presos políticos, los perseguidos y exiliados son tan elevadas? Por qué no actué a tiempo, por qué no actuamos, por qué no alzamos juntos nuestras voces hasta que seamos escuchados.
Por más que quiera no puedo volver al pasado, no puedo consolar a Ivana, aquella niña que a pesar de haber crecido con tantos miedos y dudas se llenó de coraje para gritarle a un mundo de sordos que su padre había sido injustamente encarcelado y condenado a 30 años de prisión en el juicio más largo de la historia de un país secuestrado.
No puedo volver al pasado ni reanimarla cuando tanto ella como su papá Iván, su mamá Bony y toda su familia estaban viviendo un calvario sin nadie que les brindara una sonrisa o un cálido abrazo en medio de sus llantos; pero si unirme a ellos, al igual que todo aquel que así lo quiera y decir que también es Simonovis y luchar hasta que él y el resto de los presos políticos sean liberados.
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Nasbly Kalinina – @nasbly