a sociedad venezolana está a la espera de un desenlace político, que acabe con esta larga pesadilla. Sin duda, que el cierre de este ciclo estará por llegar en su momento. El asunto querido lector, es cómo transformarlo. ¿Estamos preparados para ello?
¡Debemos aprender a apreciar lo que tenemos, antes que el tiempo nos enseñe a apreciar lo que tuvimos! Es vital ver la transición no como un proceso rutinario de repetir viejas fórmulas y restablecer lo malo, sino como un momento de “transformación” nacional para enterrar el pasado y arrancar la construcción de una República.
La corrupción, es un mal inherente a los gobiernos que han pasado en la historia de mi país, la cual no está controlada por la opinión pública. ¡La enorme mayoría de los políticos han hecho plata de la nada! Llegan pobres a un cargo y luego los ves con dinero y te dicen ¡Ah carajo si he sido comerciante toda la vida! Así ha sido desde decenas de años. La sociedad se acostumbró a aceptar esos sofismas. Entonces nos salió cara la estupidez como sociedad.
¡Hay algunos políticos tan torpes, que se la pasan peleando con sus posibles electores, por no ser tolerantes! A quienes les recomiendo leer la “Carta sobre la tolerancia” de John Locke y “Tratado sobre la tolerancia” de Voltaire. El debate público debe ser un instrumento de defensa de las reservas democráticas ciudadanas, no un facilitador de su supresión.
El venezolano está marcado por su propia historia. Somos esclavos del pecado y deseamos librarnos de él. Pero falta la clave para comprenderse a sí mismo y hasta que no lo consigamos, experimentaremos una rebelión consciente e inconsciente contra nosotros mismo y eso es contra Dios.
Para transformarnos, hace falta la justificación y sobre todo la de cómo aceptarse mutuamente entre personas de orígenes diversos. Porque como en cualquier otra parte, no fue tan sencillo reunir en una misma comunidad o intención a quienes por cualquier factor se piense diferente. Recomiendo entonces, aceptar nuestras diferencias. La transformación del Ser, servirá para devaluar todo el sistema vigente, imperante, aplastado por sus devociones y tradiciones.
Mi planteamiento central de fondo es sumamente sencillo: Venezuela necesita hoy una verdadera «evolución cultural» para transformar los sustentos más arraigados de su identidad contemporánea y de su formación actual como pueblo, sin los cuales no podremos como nación enfrentar un mundo presente y futuro cada vez más difícil, conflictivo y competitivo.
Sin una transformación profunda de la concepción que tenemos los venezolanos sobre nosotros mismos y sobre nuestras instituciones, cualquier intento de cambio en las estructuras económicas o políticas quedará como un falso arranque, tales como los fallidos intentos que hemos protagonizado desde hace décadas. Desde los años ochenta hemos experimentado ya al menos treinta ajustes económicos fracasados, dos intentos serios de golpe de estado, diversas reformas a la Constitución, y el resultado neto ha sido el de un desarrollo social y económico paralizado, que nos ha llevado de ser el mejor país de América Latina a un fracaso consistente, rotundo, costoso, irreversible, y difícil de justificar.
Planteado así es un prospecto dramático. Hace una par de décadas, América Latina estaba sumida en el atraso, la hiperinflación, la pobreza, el autoritarismo y el desmanejo en general de la marcha de las naciones. Venezuela aparecía como una isla de estabilidad, de crecimiento y de progreso social envidiable. Éramos una nación de esperanza, refugio de inmigrantes que buscaron una oportunidad para vivir decentemente. Los venezolanos veíamos con cierto aire de superioridad a las pobres naciones vecinas y ofrecíamos nuestras generosas contribuciones al avance de aquellos países.
Hoy, el escenario ha cambiado radicalmente. Las pobres naciones vecinas han mejorado sus prospectos de crecimiento, han corregido, no sin dificultades, sus errores en la conducción de sus destinos económicos y sociales, y han logrado la estabilidad política. En contraste, Venezuela es la excepción a la regla Latinoamericana, y desde el exterior nuestros mejores amigos se preguntan ¿Qué pasó con nosotros? ¿Cómo pudimos derrochar tantas oportunidades? ¿Cómo pasamos de ser los mejores a estar entre los peores?
Las respuestas a esas interrogantes las debemos analizar a profundidad, en un ambiente donde el reconocimiento de los fracasos no sea asumido como derrotismo. Intuyo que llegó la hora de pasar del diagnóstico a la acción. La salida a la crisis pasa por entender que Venezuela debe asumir la globalización como el gran desafío del presente y del futuro, en un sentido amplio que va más allá de la acción coherente en el campo técnico de la macroeconomía, y toca los aspectos más complejos de la transformación educativa, la transformación social y la transformación de las instituciones públicas.
Por otro lado, las grandes perspectivas de una venezolanidad angustiada por el pecado y la gracia, incapaz de liberarse a sí misma, se reducirán a un problema personal: ¿Soy yo realmente libre o soy un juguete del sistema?
Esto nos hará ver que los venezolanos de los primeros tiempos de la democracia, tenían sus debilidades como las tenemos hoy, y que la fe no había eliminado el peso de las realidades sociales.
La comunidad está en peligro. Los promotores de un “cambio” en el país, proponen volver atrás valorizando las viejas prácticas partidistas, electorales, clientelismo, crímenes de corrupción entre otros. Una especie de vuelta a la Ley anterior.
Debemos ser propositores a una transformación de valores, conducta y sistema político, forma de gobierno que conduzca a las regiones a desarrollarse desde sus localidades con sus propias leyes, sistema de justicia, pues aún no hemos comprendido o hemos olvidado que ser cristiano no es ante todo practicar una religión, sino más bien vivir la fe esperanzados en la venida caritativa de nuestro “Dios”.
No hemos transcendido como seres, no transformamos ni la materia prima, somos metalistas solo sacamos del suelo y vendemos. Por tanto hemos perdido nuestra verdadera identidad y desarrollando una identidad del vivo, el marañero, el pillo, mentiroso y criminal.
Actualmente existe una solidaridad entre grupos políticos en un mundo habitualmente hostil en la cual se juntan para procurarse una seguridad real. Algunos prefieren esta seguridad a la aventura de transformar y los riesgos que ellos corren ante esta nueva tendencia.
Es necesario, parir una decisión que venga de un grupo de “Mente Maestra” hallado en el corazón de cada integrante de la sociedad y servir con un poder espiritual que no reconoce como tal el fracaso.
No debemos reparar en que la fuerza que debe conceder esta nación la libertad, debe ser la misma fuerza que debe emplearse cada individuo que se decide a hacer algo bajo los principios del deseo, decisión, fe, persistencia y planeamiento organizado. “Si somos los autores de la sociedad, podemos destruirla o transformarla. Basta con tener la voluntad de hacerlo”.
Hoy es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Los conceptos sociológicos de sociedad frecuentemente señalan a un más allá de las voluntades o fuerzas de los hombres, no se atienen a límites claros y describen formas totales que se imponen sobre sus partes. Hace más de dos milenios que el término de origen griego política πολιτικός = “de los ciudadanos” designa el orden de prácticas mediante las que los hombres en libertad disponen del gobierno.
En ese extenso período la política conoció múltiples amenazas a su autonomía desde discursos e instituciones que indicaron que ella debía atenerse a otras leyes que las que se daba a sí misma: las de los dioses, las de los astros, las de los números, las de la biología, las de la economía, las del crimen.
Debemos transformarnos en seres que realmente llenemos la existencia, fortalecidos en espíritu para dirigir el destino de una nave llamada Venezuela.
Si tienes el hábito de tomar las cosas con alegría, rara vez os encontraras en circunstancias difíciles. Recordemos que a veces el silencio es la mejor respuesta. Abre tu brazo a la transformación sin olvidar tus valores. ¿Te atreves?
Gervis Medina / Abogado-Criminólogo / @gervisdmedina