lexandra recibió una llamada de su sobrina Adelaida. La contactó desde el hospital y le dijo: “Ya parí, vienen a buscar al muchachito o lo dejo aquí botado”. Inmediatamente, la tía se fue hasta el centro de salud y la joven le entregó al niño. Desde que tenía un día de nacido, Fabrizio está al cuidado de Alexandra, su tía.
Tiene cinco años, los cumplió el 4 de noviembre de 2018, pero mide lo mismo que un niño de entre tres y cuatro años. Su peso también es inferior al que marca la tabla de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que precisa que deben estar entre los 17,4 y los 19 kilos, pero Alex, como lo llaman en su casa, solo pesa 16.
Tiene la piel amarilla y áspera, el abdomen distendido y las costillas marcadas. Va al tercer nivel de preescolar en la escuela del barrio San José, donde vive en Maracaibo, capital del estado Zulia, frontera con Colombia por Maicao.
En su casa viven 23 personas, y 11 son niños. Son apenas dos cuartos, la sala, una cocina improvisada que no tiene piso y un grupo de latas mal acomodadas y rotas, que es donde duerme Fabrizio con su tía y el hijo mayor de Alexandra, que tiene 22 años.
El espacio huele a humedad. La noche anterior llovió y como las latas del techo están incompletas, todo se mojó: la ropa, papeles, los objetos arrumados, los pedazos de cartones que acumulan para hacer las veces de pared y hasta la partida de nacimiento de Fabrizio.
Con pedazos de hierro, cartones y dos cobijas improvisan una cama sin colchón. Todo está empapado, pero Fabrizio se sube y se acuesta. Mientras llovía le dijo a su tía Alexandra, que quería ser jugador de béisbol para comprarle una casa que no se lloviera. Fabrizio sueña con ser pelotero de las Águilas del Zulia.
Un amigo de su primo le regaló un guante y lo muestra con orgullo, pero no sonríe, pareciera que no sabe sonreír o no quiere. Alex tiene hambre, y cuando se tiene hambre todo es cuesta arriba.
Su tía lo presiona para que hable, pero Fabrizio se esconde detrás de sus piernas. Esa mañana no había desayunado, no cenó la noche anterior. Ese día no sabía si iban a comer.
“Ahorita, la situación en mi casa es difícil, es dura, es precaria. A veces nos acostamos sin comer, grandes y chiquitos. Mis hermanos no consiguen, porque la situación está difícil”.
Dos hermanos de Alexandra y la abuelita de Fabrizio son las tres personas que trabajan en esa casa. Los dos primeros con trabajos temporales de albañilería; la mujer limpia en una escuela y le pagan salario mínimo.
Comer carne o pollo en esa casa, es un momento que puede llegar una vez al mes, dice Alexandra y luego se contradice. “Solo hacemos una comida al día y a veces dos. Comemos arepa sola o arroz solo, no nos alcanza para la carne ni para el pollo”.
Si llega el momento, las cantidades son mínimas. “Aquí somos muchos, no se puede. En las noches es cuando la pasamos peor, porque los niños lloran por hambre”.
Fabrizio también llora cuando no puede ir al colegio. Alexandra cuenta que no lo envía porque no tiene dinero para darle para la merienda, ni para el almuerzo. “¿Cómo lo mando con hambre? ¿Cómo va a entender lo que le explican si no se está alimentando? ¿Cómo va a entender si tiene hambre?.
Alexandra tiene 44 años y es ingeniera en petróleo. Desde que se graduó busca trabajo, pero el que la mamá de Fabrizio lo haya abandonado junto con sus cuatro hermanos, hizo que se dedicara a atender a los niños junto con su hermana mayor. “Nosotros nos tuvimos que hacer cargo de estos muchachos, no los íbamos a tirar a la calle, no los íbamos a dejar padecer”.
A Fabrizio lo llevan cada dos meses al médico, dice su tía. En el Ambulatorio Amparo, que es donde lo atienden, no hay insumos, no hay aire acondicionado, no hay papel para llevar registros y no hay medicinas. En el ambulatorio, la mayoría de las veces no hay médicos, ni enfermeras.
Freddy González es el pediatra de Fabrizio, pero está de vacaciones. “Lo sustituye cualquiera, el que pueda, y a veces nadie”, dice una de las personas que llevó a una anciana para que recibiera oxígeno porque se estaba ahogando, pero no la atendieron.
Cuando Alexandra lo lleva no lo pesan ni lo miden. “Ni siquiera lo tocan. Me preguntan qué tiene y yo digo lo que tiene. Lo que sí me preguntan es por qué el niño se alimenta tan mal, por qué no come carne, por qué no toma leche”.
Las inquietudes del pediatra molestan a Alexandra. “¿Cómo que por qué? No tenemos cómo comprar comida, mucho menos leche”.
Fabrizio tampoco toma medicamentos, aunque tenga fiebre o gripe. “¿De dónde voy a sacar para comprar medicinas?. Le hago unas tomitas de toronjil o de hojitas de acetaminofén. Por eso está siempre engripado”.
El médico dice que Fabrizio está bien, en comparación con otros niños o en comparación con sus hermanos. “Pero cómo me va a decir eso si yo no lo veo bien, yo lo veo flaco”.
De la pobreza a la miseria
Fabrizio vive en el estado Zulia, el más caliente del país, ubicado al occidente. Las temperaturas son de entre 38 y 40 grados de día o de noche. En su rancho de lata hay un sopor que lo hace sudar a chorros. El zinc, que es el material que improvisaron como paredes y techo, se calienta, y Alex duerme sin ventilador porque no tiene.
Le gusta ir a casa de un vecino de su calle para ver el béisbol y soñar con ser pelotero. Los zapatos que lleva al colegio son los mismos con los que va a todos lados, solo tiene un par.
La ropa se la regalaron, el cuaderno para el colegio, también. No se baña todos los días porque no llega el agua a su casa y tampoco se cepilla los dientes. “No hay para nada aquí, no hay para comida, no hay para comprar agua, mucho menos para comprar crema dental”.
Cuando Alexandra reflexiona sobre estas cosas, Fabrizio la mira de reojo, así como los mira a todos. Le gusta que su tía lo cargue, le pase la mano por la espalda con cariño.
“Una vez me preguntó que por qué yo decía siempre: “La mamá de Fabrizio para referirme a mi sobrina. Que ya no dijera así, que yo era su mamá y que la otra no”.
Los números del hambre
El estado Zulia ha estado siempre en las evaluaciones y seguimientos que hace Cáritas Venezuela. Esta organización determinó que en 2017 el índice de Desnutrición Aguda Global, que se basa en mediciones a niños menores de cinco años, alcanzó 16,7 por ciento, lo que demuestra que el país se encuentra en emergencia humanitaria.
En este estado fronterizo, se marca mucho más en las regiones de la Guajira que colindan con Colombia. No hay acceso a la alimentación, no hay programas de seguimiento a los menores que pasan hambre y Cáritas con sus programas de comedores y de atención casa a casa intenta prevenir y apoyar, al menos por ocho semanas a las familias que tienen niños en esta condición.
Zulia es un estado petrolero, donde la bonanza de la explotación de crudo le dio a esta tierra opciones de crecimiento y desarrollo. Sin embargo, hoy tiene al municipio más pobre del país, que es Guajira, donde los niños mueren de hambre y también de sed.
Incluso, la situación se expande hasta la ciudad, porque Fabrizio vive en una zona urbanizada y no rural, y su tía Alexandra no tiene miramientos en denunciar que la responsabilidad por el hambre que pasa su familia y las trabas para tener acceso a los alimentos son del gobierno.
“El Presidente debe estar atento a esta situación de desnutrición, de la alimentación de los venezolanos. Pendiente de lo que pasa el venezolano, de lo que pasa con los niños. Debe ver lo que pasa en los colegios y darse cuenta de que hay niños que no van a clases porque no tienen cómo alimentarlos”.
A la casa de Alexandra, las bolsas Clap (de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción) llegan con retraso de hasta tres meses y vienen cargadas de granos. Ya a Fabrizio le dan náuseas comer lentejas, ya no quiere. Fabrizio quiere arroz con pollo que es su comida favorita, pero es la que casi nunca come. Quizás ahí está la respuesta de por qué Fabrizio no sabe qué cara poner cuando le piden que sonría.
En cumplimiento con la legislación venezolana, fueron cambiados todos los nombres de los niños y familiares contenidos en el material periodístico publicado en El Pitazo, con el objetivo de proteger su integridad.
El Pitazo