Una cámara grabó el rostro del joven que lucía descompuesto una vez el vagón de la montaña rusa se puso en marcha. Sus ojos miraban desorientados y con la impotencia de alguien que no había tomado la decisión correcta.
Ya en la cima, el coche se descolgó y un miedo incontrolable se apoderó de su víctima. La cámara, que grababa en primer plano, captó cada grito, cada gesto de terror, cada momento para el olvido.
Cuando se creía que todo había terminado, el vagón daba otra voltereta y tomaba una velocidad vertiginosa, como los latidos del corazón de este joven en pánico.
Al final, sobrevivió. Y todos los que no desprendimos la mirada durante los dos minutos que duró esta experiencia extrema volvimos a respirar tranquilos.
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