REFLEXIONES| El deslave y la crisis humanitaria. Por Luis Acosta

Un estadista piensa mucho más en su pueblo, y su formación moral y cívica, que en ninguna otra cosa o detalle secundario. De allí que el culto Dr. Caldera, además de sus 100 mil casas en un año, agregó su plan para acabar con la guerrilla que ya era urbana: La Ley de Pacificación. Fue tan especial el resultado que, en el segundo de su período presidencial, tuvo incorporado en su gabinete al líder de la montaña y la clandestinidad, y el escapado mágico más espectacular de la cárcel del Castillo de San Carlos. Era el carismático Dr. Teodoro Petckof. Pero hay más. La historia humanística y de formación de Caldera también habla de que el estadista tiene sus debilidades. Caldera resultó más humano que adivino. El indultó, sin reservas, a Chávez después de que éste intentara un golpe de estado fracasado contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Increíblemente, a posteriori, Chávez no aceptó que la banda presidencial le fuera impuesta por el Presidente Caldera y así enseñó lo que después haría con el país: mando, disocialidad y vanidosas posturas.

Todo esto había pasado cuando de pronto, revienta en el estado Vargas un Tsunami combinado con todo y sin comparación con algún otro siniestro en el país. En efecto, emergió de la naturaleza, cuando le ocupamos sin permiso sus pertenencias: ríos, bordes, cauces, montañas y riveras. Era el año de 1999 muy cerca de la incorporación del Comandante Chávez a la presidencia de la República y no resistimos la tentación de narrarla: Tempestades, truenos, descargas eléctricas, relámpagos, copiosas lluvias, montañas mermadas por el deslave de sus lodos y el derrite de los hielos de las copas de las serranías. Todo se confundía en aquella vorágine de aguas turbulentas que poco a poco, y más rápido después, se fueron convirtiendo en tragedia. En efecto, lanchas y vehículos destrozados, cauchos ventanas y puertas; muebles, cocinas, construcciones en ruinas; cuerpos, grandes y chiquitos, ahogados o pidiendo auxilio desesperado, desolación entre aguas sucias; islas de todo tipo de residuales. Aguas con caudales asombrosos más que las otras que se atravesaban y libres de desagües, cloacas y drenajes. Turistas, particulares, obreros, hombres, mujeres y niños deambulando dentro de aquel desastre sin defensa que acabó con puentes carreteras, restaurantes, ventas ambulantes, transeúntes y vecinos. En ese momento, cuando todo estaba para ayudar, salvar vidas, y en la incertidumbre , porque nadie sabia de sus hijos, esposas, familiares y amigos, el Presidente de Los Estados Unidos, a la sazón el abogado Bill Clinton y su gobierno, ofreció al recién Presidente de Venezuela, el comandante Chávez, la ayuda humanitaria preparada de siempre y formada de manera integral para lograr una verdadera ayuda en este tipo de siniestros: helicópteros, lanchas pequeñas y grandes, salvavidas, hombres ranas, alimentos en abundancia, vacunas y lo existente y necesario. Sobre todo, el cariño y la bondad que los gringos conocen tal humano y que les toca asistir como líderes naturales del continente americano; amen de amigos del país. El presidente Chávez no entendió el mensaje de aquel generoso ofrecimiento o no midió lo que estaba pasando y viendo. En efecto, su rol de estadista, de salvar primero a su pueblo y averiguar después, se le olvidó. No importó lo que estaba sucediendo ante sus ojos y los de sus ministros. Nadie tuvo el coraje de decirle: “Presidente esta ayuda no la necesita su gobierno sino el pueblo” desde El Cerro El Ávila, Macuto y Caraballeda hasta la salida al Mar Caribe.

Nada sirvió, ni llegó. La ira, el poder y la vanidad no la dejaron atracar ni llegar por ningún lado. Hoy como ayer “Yankee go home”. Miles de hombres, mujeres y niños murieron en La Guaira y sus adyacencias. Mucho también son los ciudadanos enfermos en toda Venezuela que necesitan antibióticos, alimentos y sabe Dios cuanto más. Mientras la soberanía del pueblo la manejan otros que no la dejan ser útil. La vida del más humilde se complica por los caprichos y complejos de los gobernantes que mucho saben mandar pero poco dan al pueblo lo que necesitan, es decir, las medicinas y la alimentación en cantidad, tiempo y necesidad.

La decisión del estadista es todo lo contrario. “Yankees come here to my home and thank you very much”. Defender los derechos del pueblo primero que los supuestos intereses políticos del gobierno, esa es su obligación.

Luis Acosta

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