En días pasados recibimos la invitación de un biznieto, de 12 que tenemos, para asistir al acto de su Primera Comunión en la Ciudad Mágica de Miami. Era imposible cerrarnos a esta invitación tan grata y decidimos atenderla. En efecto, entramos a Miami y pudimos vivir en carne propia el cuidado extraordinario que está aplicando la aduana americana en la recepción del pasaje venezolano. Una vez pasada esa dificultad, pudimos reencontrarnos con dos de nuestros hijos, ciudadanos americanos, que esperaban pacientemente nuestra aparición. El día siguiente pasamos un día típico de playa en Miami Beach y en la noche nos mudamos al Doral, donde se efectuaría el acto sacramental. El acto, solemne, fue adornado con una gran homilía, de parte del sacerdote celebrante, dirigida específicamente a los niños que tomaban la hostia por primera vez, luego de dos largos años de preparación. Luego de este gran acto, nos invitaron a pasar al evento social celebratorio. Curioso y precioso resultó, lleno de detalles y contenido. Allí nos encontramos con conocidos que no veíamos en veinte años. El rato y la tertulia fueron de primera. Singulares también las atenciones del biznieto y sus padres. En fin, maravilloso evento.
En Doral, comimos, a granel, tequeños y empanadas que no saboreábamos en los últimos meses. De salida desde el Doral al aeropuerto, un maracucho resultó ser el chofer del taxi. Estando en el aeropuerto de Miami, en transferencia hacia la cuarta ciudad del país (cerca de convertirse la tercera), la flamante ciudad de Houston, nos tocó vivir los inconvenientes de la cancelación de nuestro vuelo el pasado lunes 6 de mayo. Una tempestad de altos calibres apareció y cubrió la atmósfera del Sur del país alcanzando toda la Florida hasta las ciudades de Dallas, San Antonio y Houston en Texas. Las cosas se complicaron tanto que las conexiones del resto del día, y siguientes, tuvieron problemas. Las listas de espera aumentaban y llegaban a cifras increíbles de hasta 40 viajeros. Ese día, y hasta la madrugada del siguiente, estuvimos infructuosamente intentando montarnos en alguno de los vuelos a Houston. Finalmente, tuvimos que devolvernos a los aposentos de nuestra nieta para esperar la salida de nuestro avión en la noche siguiente. Un trabajador venezolano, dador de servicios turísticos en el aeropuerto de Miami, nos sacó del aeropuerto en sendas sillas de ruedas desde las puertas de salida, luego de cancelados los vuelos. Lo hizo con una gran dedicación, generosidad y empatía… y no cobró ni un centavo. Montados en un Ubertaxi, el conductor resultó ser un portorriqueño casado con venezolana de Barquisimeto, la ciudad de los crespúsculos. Por la hora y la condición de sus pasajeros, el conductor tuvo que hacer unos servicios especiales no tarifados por su compañía. Solo su empatía fue acicate para sus acciones plenas de generosidad. Al siguiente día en la noche, regresamos al aeropuerto con la certeza de saldríamos, ahora sí, hacia Houston. De nuevo, tuvimos la suerte de que nuestro Ubertaxista fuera un maracucho de San Francisco. De nuevo se repitió la historia llena de generosidad y buena voluntad hacia sus disminuidos clientes también maracuchos.
Se atreven a decir que estas cosas no son motivos de grandeza y testimonio de cosas agradables dignas de agradecimiento y llenas de curiosidades. Además, suerte, milagros y testimonio de la vida bondadosa sacramental de la existencia de Dios.
Finalmente, ya en la puerta de salida, esta vez con condiciones normales de salida, abordamos el avión a Houston a la hora pautada por la aerolínea. La curiosidad la aferramos porque el año pasado, también en el mes de mayo, en iguales o peores circunstancias, el vuelo donde viajábamos desde Miami a Houston fue desviado a San Antonio y el avión tuvo, después de largas horas de espera, que regresarse para descargar el pasaje en su destino original. Solo la destreza de estos pilotos y su valiente tripulación son capaces de dirigir y apaciguar estas operaciones donde viajan muchos niños. Por cierto, en esta oportunidad, correteando el avión en lo interno y antes de llegar al túnel, sentimos el deseo de ir al sanitario y nos conseguimos con que los baños estaban desarmados y las puertas sin servicio. Es natural que la tripulación entienda que las presiones del pasaje forman parte del viaje y el servicio no debiera suspenderse.
En otro orden de ideas, en el juego de beisbol de las Grandes Ligas del miércoles 08/05/19 de Seattle vs Yankees, se dio un caso curioso que, aunque no se presenta todos los días, si confirma y dan fe que los juegos de Grandes Ligas son definitivamente mundiales. Se dio en ese juego, una asombrosa y simpática coincidencia en una jugada del séptimo episodio. El bateador de turno era colombiano; el receptor era venezolano; el pitcher, japonés; y el árbitro, cubano. Detallamos el contenido de la curiosidad, por cuanto muchos fanáticos latinos no creen en lo mundial de estos torneos de Grandes Ligas que de verdad sí son interesantemente mundiales. Los jugadores latinos siguen en aumento y ganan mucho dinero por cada temporada, no por dónde nacieron sino por hasta dónde son capaces de sostener su rendimiento primaveral.
Mientras tanto, en Venezuela seguimos con dificultades. Por un lado, a los dirigentes se les escapó la mejor conducta política. Por el otro, los gobernantes siguen obcecados con la idea de no llegar a ninguna inteligencia. Estas sofocaciones, más que razones, parecen llegar a un todo y no encontramos puertas de salida, oportunas y competentes capaces de regresar la vida democrática del país para sus habitantes y dejar un ejemplo de civilidad que la nación no olvide, el pueblo agradezca y que el mundo vea y signifique la calidad humana del latino. Somos conscientes que peleamos con continuidad pero al final, si no se llega a inteligencias, sí somos capaces de devolver a Venezuela la paz para todos y el arreglo forzoso de sus mejores quehaceres.
Luis Acosta