El Gobierno y la oposición venezolana han protagonizado numerosos diálogos en los seis años que han transcurrido desde la muerte de Hugo Chávez, durante los cuales la crisis política no ha hecho más que agravarse a medida que se gestaba y estallaba una crisis humanitaria sin precedentes en la nación caribeña.
Primer intento
La primera mesa de conversaciones surgió en 2014, después de las multitudinarias protestas que sacudieron las calles de Caracas ese año dejando un saldo de 43 muertos, así como la detención y condena al líder opositor Leopoldo López por incitar a la violencia.
Nicolás Maduro, propuso a la oposición iniciar un diálogo con la mediación de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y del Vaticano para acabar con la violencia y propiciar la reconciliación de la sociedad venezolana, empezando por sus líderes políticos.
Esta oferta de diálogo fue un caballo de Troya para la oposición justo cuando empezaba a tomar forma a través de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), una coalición de más de 20 partidos que abarcan todo el espectro político con un objetivo común: finiquitar la Revolución Bolivariana.
Henrique Capriles, a quien la encarcelación de López brindó la oportunidad de recuperar el liderazgo opositor, al menos en la corriente moderada de la MUD, vio en la mano tendida de Maduro el primer síntoma de debilidad del ‘chavismo’ en más de una década y decidió aprovecharlo.
Sin embargo, otro sector de la MUD, aglutinado en torno a López y en el que se contaba Julio Borges, del mismo partido que Capriles, Primero Justicia, se negó a sentarse a la mesa de negociaciones, exigiendo como punto de partida para cualquier diálogo la liberación de López y los demás detenidos durante las protestas opositoras.
El diálogo se celebró en Caracas, con Maduro y los ‘chavistas’ Jorge Arreaza, Jorge Rodríguez y Elías Jaua, por un lado, y Capriles y los también opositores Ramón Guillermo Aveledo y Henry Ramos Allup, por otro, bajo los auspicios de los ministros de Exteriores de Colombia, Ecuador y Brasil, por UNASUR, y el nuncio apostólico, por el Vaticano.
Maduro admitió «errores» en su Gobierno pero se negó a emprender las reformas democráticas exigidas por la MUD para abordar en igualdad de condiciones los procesos electorales de los años siguientes –las legislativas de 2015 y las presidenciales de 2019, como platos fuertes–.
Así las cosas, la cacareada Conferencia por la Paz se quedó en la fotografía inaugural. Iniciadas en abril, las conversaciones se suspendieron en mayo. Pese a la falta de acuerdo, Maduro obtuvo una doble victoria: desactivó la calle y abrió una brecha mortal en la MUD.
Parlamento opositor
La MUD recobró el impulso en las elecciones parlamentarias de 2015. Consiguió su primera mayoría en quince años y no una cualquiera, sino una ‘súper mayoría’ que le permitía obrar cambios profundos en instituciones clave, como el Supremo o el Consejo Electoral.
La nueva Asamblea Nacional se enfrentó en 2016 a una ofensiva ‘chavista’ que empezó reduciendo su mayoría y acabó declarando en «desacato» al único poder en manos opositoras. La MUD buscó un tipo peculiar de referéndum recogido en la Constitución venezolana que permite derrocar el mandato presidencial antes de su ecuador.
El Consejo Electoral frenó el referéndum revocatorio y la MUD avivó nuevamente las calles convocando una marcha opositora hacia el Palacio de Miraflores. La presión internacional –el emisario estadounidense Thomas Shannon se personó en Caracas– logró sustituir la contestación popular por un segundo diálogo.
La negociación arrancó en octubre en Isla Margarita con nuevas caras en la oposición -Jesús ‘Chúo’ Torrealba, Carlos Ocariz, Luis Aquiles y Timoteo Zambrano- y alguna en el Gobierno -Tareck El Aissami y Roy Chaderton-. UNASUR y el Vaticano repitieron como mediadores y sumaron a los ex presidentes José Luis Rodríguez Zapatero (España), Leonel Fernández (República Dominicana) y Martín Torrijos (Panamá).
Esta vez, dada la anterior experiencia, las partes acordaron una agenda, un método y un cronograma. Sin embargo, tras varios encuentros que solo alumbraron declaraciones de buenas intenciones y entre acusaciones mutuas de boicot, la MUD dio por terminado el diálogo en enero de 2017. Este «experimento», dijo, «es un capítulo cerrado que no se volverá a abrir».
A República Dominicana
Nada más lejos de la realidad. Ese año la Asamblea Nacional quedó completamente desdibujada a golpe de sentencias y Capriles, que resurgió fortalecido tras oponerse al segundo diálogo -ahondando así la brecha interna en la MUD- llamó a protestas «hasta restablecer el hilo constitucional».
Maduro devolvió la bofetada convocando elecciones a una Asamblea Constituyente. Quedó configurada en agosto como órgano netamente ‘chavista’ -la MUD consideró un fraude la convocatoria y las elecciones- y absorbió todos los poderes del Estado, a excepción del Ejecutivo.
La comunidad internacional, ante el temor a que volvieran las protestas que se desarrollaron entre abril y junio con cerca de cien muertos y que concluyeron con bombardeos al Supremo y al Ministerio de Exteriores de Óscar Pérez y otros militares rebeldes, maniobró para conseguir un nuevo diálogo que aspiraba a ser el definitivo.
El trío de ex presidentes, y Bolivia, Chile, México, Nicaragua y Paraguay como «países garantes», llevaron a República Dominicana a las delegaciones del Gobierno -los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez, Jaua y Chaderton- y la oposición -capitaneada por Borges y con representantes de la sociedad civil-.
Las sesiones de trabajo se sucedieron entre septiembre y febrero con una agenda de seis puntos para depurar responsabilidades por la violencia de 2014 y 2017, atajar la crisis económica y ofrecer garantías a la oposición de cara a los comicios presidenciales.
El diálogo estalló en febrero de 2018 por la imposibilidad de pactar una fecha para dichas elecciones. La MUD pretendía que fueran a final de año para tener tiempo de recomponerse tras las luchas intestinas y la ola de detenciones e inhabilitaciones entre sus filas. El Gobierno, en cambio, quería votar ya para atajar su desgaste.
Noruega y ¿Cuba?
Se esfumaba el primer intento serio de solucionar la crisis venezolana de forma consensuada, dando paso a un nuevo pico de tensión. Maduro convocó elecciones para el 20 de mayo de 2018. La MUD, desarmada, no concurrió y el jefe del régimen revalidó frente a dos candidatos desconocidos, incluido el ex ‘chavista’ Henri Falcón.
La votación fue rechazada por buena parte de la comunidad internacional. Pese a ello, Maduro inició el 10 de enero un segundo mandato y Juan Guaidó le dio la réplica autoproclamándose «presidente encargado» de Venezuela, en calidad de jefe de la Asamblea Nacional, cargo que ostentaba por las reglas de rotación de la MUD.
El 23 de enero, Guaidó, hasta entonces un completo desconocido, se erigía en el gran líder de una oposición que, con la MUD prácticamente desintegrada, volvió a unirse en torno a su figura. Maduro ofreció otro diálogo, México y Uruguay quisieron mediar, pero esta vez fue rechazado acusando el «engaño» de los anteriores.
En un giro inesperado, este 16 de mayo Guaidó anunciaba que ha aceptado la «invitación» de Noruega para intentar una «mediación». Según fuentes consultadas por la prensa venezolana e internacional, Cuba ha servido de antesala para las conversaciones preliminares de Oslo, que han tenido lugar entre el martes y el jueves.
«Aquí nadie se chupa el dedo», ha subrayado Guaidó. Mientras la diplomacia sigue su camino, el mandatario interino mantiene la «protesta» y la «intervención» como posibles vías para derrocar a Maduro y abrir un proceso de transición que culmine con «elecciones realmente libres».
Europa Press