De acuerdo a las cifras publicadas por Cecodap, organización que defiende los derechos humanos de niños y adolescentes, alrededor de 840.000 niños han quedado huérfanos de al menos uno de sus padres debido a la emigración. A esto se suma que más de la mitad de los niños menores de cinco años sufre de malnutrición debido a la crisis alimentaria que vive Venezuela.
Desde 2017 no se conocen datos oficiales sobre el aumento de mortalidad infantil, el último dato reflejado por el Ministerio de Salud, indicaba un aumento del 30% con respecto al 2016, comunicado que valió para que el ministro para ese entonces fuese despedido.
En un reportaje publicado por The Washington Post, se expresa una grave situación respecto a la calidad de vida de niños y adolescentes venezolanos, quienes han tenido que optar por comer de la basura o morir esperando tratamientos en hospitales por no poder costearlos en clínicas privadas.
Organizaciones sin fines de lucro como Caritas, Fe y Alegría o la Cruz Roja, tratan de colocar «pañitos de agua tibia» ante estas situaciones.
Jornadas de repartición de comidas para niños, ayudar a los padres a poner instrucciones de cuidado para los niños que dejan atrás cuando emigran, buscar donaciones de venezolanos en el extranjero para equipar escuelas con filtros de agua y suministros básicos, son algunas de las soluciones que ofrecen.
A esto también se le suma el hacinamiento que sufren los orfanatos del país, donde cada día son más el número de infantes.
Yaneth Moraima, directora de una escuela en Petare, donde asisten alrededor de 916 estudiantes, declaró que los niños “han dejado de jugar, han dejado de ser ellos mismos, para hacer fila en la comida, el agua y quedarse en casa para asumir las responsabilidades de los adultos”.
Una realidad que golpea cada vez con más fuerza a cada estrato de la población, pero que no tiene compasión alguna con un factor casi incapaz de defenderse de la desidia y la crisis.
Caraota Digital