Frankeiber anhela que sea diciembre para abrazar a sus papás, ante la promesa del reencuentro. Como él, muchos hijos se quedan en Venezuela mientras sus padres se ven obligados por la crisis a emigrar para mantener a sus familias.
Tenía 16 años cuando pasó su primera Navidad sin su mamá. Al año siguiente, se sumó la ausencia del padre. Desde entonces, las fiestas son «un golpe fuerte» para Frankeiber Hernández y su hermano menor, con cenas que terminan en llanto.
La peor crisis en la historia reciente de Venezuela empujó a los padres a Perú. Los hermanos quedaron al cuidado de su abuela Estelita, de 58 años, aquejada por dolores en la cervical, y su esposo de 70.
Es una situación que se ha vuelto común. Uno de cada cuatro migrantes se despide de algún hijo, según cálculos de la ONG Cecodap hasta 2018.
«Unos 846.000 niños (…) pudieran encontrarse en estas condiciones», dice a la AFP su coordinador, Abel Saraiba, advirtiendo que este año superarán el millón.
Con 3,6 millones de venezolanos que han dejado atrás su país desde 2016, según la ONU, se han multiplicado los infantes que crecen en hogares sustitutos, con los abuelos como principales cuidadores.
«Puedo llegar a deprimirme, pero (…) sigo teniendo la esperanza de que vuelvan» a vivir en Venezuela, reconoce Frankeiber, ahora un estudiante universitario de 18 años. Mientras, sueña con la anunciada visita de sus padres a finales de año a la casa de sus abuelos en el barrio popular de Catia, Caracas.
«Mami, te extraño»
Frankeiber, Fraiber y sus abuelos dependen de los dólares que sus padres ganan en un restaurante de comida rápida, que les permiten afrontar la hiperinflación voraz y la creciente dolarización de facto de la economía venezolana.
Este año, los venezolanos en el exterior enviarán unos 3.000 millones de dólares en remesas, estima la consultora Ecoanalítica. Estelita Batista agradece la ayuda, pero se entristece por la separación.
«Yo la prefiero (a mi hija) aquí porque ella dice (…) ‘Yo estoy perdiendo el amor de mi hijo'», narra con voz entrecortada. Las conversaciones de Fraiber (8) con su mamá mermaron y ahora pasa mucho tiempo inmerso en videojuegos.
La personalidad de los niños cambia tras la separación, explica Saraiba, mostrando irritabilidad, tristeza, rabia y dificultad para procesar sus emociones.
Es el caso de Xavier (11), quien se quiebra en llanto por las noches desde que su madre partió a España hace un año. Escribe cartas con mensajes como «mami, te extraño», que se guarda.
Las videollamadas lo confortan, igual que a sus hermanos de 16 y 2 años y su prima de 7. Carmen Lugo acogió a sus nietos cuando sus dos hijas migraron «para ayudar a la familia» desde Madrid.
A sus 68 años y asmática, esta mujer les cocina, los lleva al colegio, trabaja, los cuida al volver a casa… En las noches, duermen todos en su cama.
«Familias trasnacionales»
La ruptura ha creado «familias trasnacionales» en Venezuela, cuyos pilares son las comunicaciones digitales y las remesas, explica a la AFP Claudia Vargas, socióloga especializada en migración.
La integración de estos niños en la sociedad dependerá de su cuidado y los expertos recomiendan a los padres no crear falsas expectativas de próximos reencuentros para evitar traumas.
Andreína (15) aceptó que no verá más a su papá, trabajando en Costa Rica, aunque espera mudarse con su mamá a Curazao antes de que termine el año.
«Yo quisiera que se fuera, no porque me hace peso, es por sus sentimientos», confiesa a la AFP su abuela paterna Minu Vásquez, quien la cobija en la populosa barriada caraqueña de Petare desde que emigraron sus padres hace tres años.
Pero su ida es incierta: las leyes venezolanas impiden que menores viajen sin al menos uno de sus padres y prohíben que terceras personas autoricen su salida del país.
«Estaría feliz con mi mamá, pero a la vez triste porque voy a dejar a mi abuela», dice, al pensar en la despedida de su cuidadora y «mejor amiga» de 64 años.
AFP