Mandela fue un hombre extraordinario por todos los lados. Toleró por 20 años su prisión. Los aguantó y los vivió dentro de una celda o calabozo. Esa valentía, como dice el dicho, “no de compra en la botica”. Pero hacerlo lo llenó de fe y confianza. Fue el primer paso exitoso, tal ganar el creer en sí mismo, tanto, que llegó a lo indestructible y a lo feliz dentro de su realidad. El allí se volvió guapo y firme y, además, corajudo y disciplinado. No se supo que manejó protesta alguna. Sus alegatos y sus circunstancias estaban dichos. Mandela comprobó que su prisión fue como provocada por sus adláteres y amigos. Se presume esta versión, razón o criterio porque todo se había acomodado en su entorno y en la familia, en su gente pero, sobre todo, en su mujer llena de valor y esperanzas aun cuando nada le garantizaba la vida de su marido. Pero hubo más. La relación y el estado de conformidad, de unos y otros de sus alrededores, enseñaban cómo llevar la energía y la fuerza al calabozo para su orden, diligencia y disciplina. Mandela no protestó ni una vez, ni compartió con nadie su calvario, no por 20 años como anotan sus registros, sino por 7.300 días de eternidad. En efecto, nada lo hizo llorar porque manejo aquello de que “los valientes alivian sus dolores con dignidad y no con lagrimas”.
Mandela, entonces, resistió con su cuerpo y su moral. No se puso en armas, ni a la entrada ni a la salida de la cárcel. En efecto, suelto y libre, lo primero que ordenó, sin otras ideas vacías, fue llamar a su pueblo a la prudencia, la calma y la meditación. De allí sacó fortaleza para controlar la alegría. Sus ciudadanos, sin que nadie los manejara, tomaron su propia decisión y, por unanimidad de cuerpo y alma, lo hicieron Presidente de su país, de su pueblo, no impuesto, sino votado y aclamado.
Pues bien, no existe mejor hoja de servicio a su nación que el trabajo y la acción debida, moral y cívica, de Mandela. Los hombres grandes se distinguen por cada uno de sus actos y, desde luego, “les está prohibido equivocarse”. Entonces, el Presidente Maduro tiene en su colega Mandela un ejemplo a seguir, tal el mismo performance. De sí, un poco “al revés”, pues Mandela llegó a la Presidencia después del cautiverio. Maduro, por el contrario, está en la Presidencia de Venezuela y su partido, no por 20 años de prisión sino de gobierno o sea 7.300 días de vida especial, con la suerte de haber recibido en sus administraciones y gobiernos la mayor suma de dinero que jamás ni nunca gobierno alguno manejó en el país. Pero, además, toda la compañía de adláteres y administradores, han disfrutado de la más excelente forma de vida. En efecto, el poder lo desarrollaron bajo la dirección más discrecional que haya tenido gobierno y sus ministros. Tanto dinero han dispuesto y usado que solo un agente al servicio del gobierno, el ex presidente de PDVSA, el ingeniero Rafael Ramírez, se estima que dispone de un capital sobre los 500 millones de dólares que según antes no tenía.
Luego, el Presidente debe llamarse a juicio y equilibrio, y decidir llamar a elecciones. Para esta solicitud solo se espera que el presidente facilite la realización de unos comicios que por su decencia y pulcritud se le recuerde como favorable al futuro del país y deje testimonio de su voluntad, dirigida para solventar y salvar la organización de la república para que la nación se encamine por los rieles legítimos y los senderos conducentes al estímulo y la disciplina perdida, sin ponernos a buscar culpables, ni repetir tareas de localización mal manejadas, que no deseamos recordar así nos llamen indolentes, entendiendo que la República es más importante que el dinero.
Entonces, Sr. Presidente, si Ud. lo promueve y consigue, lo reivindicará la historia, independientemente del resultado de las elecciones y el alrededor de los problemas que se tienen que superar en camino hacia el futuro, con la ayuda de la Virgen de Chiquinquirá.
¡Que así sea!
Luis Acosta