Con un elegante traje negro y una corbata azul brillante, Juan Guaidó se abrió paso entre filas de guardias nacionales equipados con cascos, maldiciendo y regañándoles como si fueran niños por cortarle el acceso a la Asamblea de Venezuela.
“¡Tú no decides quién ingresa!”, exclamó ante el rostro del joven que le impedía llegar a las lujosas salas de la cámara.
En los últimos días, el líder opositor que atrajo miles de venezolanos a la calle el año pasado solo para ver cómo su influencia se evaporaba y el presidente, Nicolás Maduro, se mantenía en el poder, parece haber recuperado su atractivo.
Las imágenes del hombre reconocido por Estados Unidos y otros 50 países como presidente legítimo de Venezuela escalando la cerca de hierro de la Asamblea Nacional, enfrentándose a guardias nacionales y haciendo una emotiva proclamación en un congreso a oscuras porque opera sin electricidad, parece haber reactivado a su base una vez más.
“Hoy es el protagonista otra vez”, señaló Luis Vicente León, presidente de Datanalisis, una encuestadora con sede en Caracas. Sin embargo, añadió el analista, “no es suficiente lo que ocurrió. Tiene que convertir esa energía potencial a energía cinética”.
El legislador de 36 años lleva una pesada carga sobre los hombros: hacer que el maltrecho movimiento opositor se reinvente y evite convertirse en un apunte en los libros de historia depende de que pueda aprovechar esa nueva relevancia.
Esta semana habrá una importante prueba cuando los venezolanos decidan si responden a su convocatoria de nuevas protestas. Muchos son escépticos de que Guaidó pueda seguir movilizando grandes multitudes. Se estima que 4,5 millones de personas han abandonado el país, muchos de ellos los jóvenes más propensos a protestar. Muchos otros están demasiado preocupados por necesidades básicas, como conseguir comida y medicamentos, como para acudir a una manifestación que podría no cambiar nada.
Guaidó también tendrá que trabajar con las distintas facciones opositoras, que se unieron para reelegirle como jefe de la Asamblea Nacional, para decidir si participan o no en las elecciones legislativas de este año. Por ahora, la oposición no ha presentado una estrategia conjunta. Muchos son reacios a participar en unas elecciones mientras Maduro siga en el poder, señalando que el Consejo Nacional Electoral favorece de forma considerable al ocupante de Miraflores.
Otros señalan que si no se presentan, el gobierno de Maduro podría recuperar el control de lo que muchos consideran como la última institución democrática de Venezuela.
En el centro de todo está Guaidó, que con su nueva actitud combativa parece emular la narrativa de lucha épica entre David y Goliat, en la que el virtuoso en posición de desventaja acude al rescate.
“Recuperar la inercia es importante”, dijo Maryhen Jiménez, nacida en Venezuela y profesora de política en la Universidad de Oxford. “Pero después está el otro lado de la historia, que es la pasión de los venezolanos por un héroe”.
Guaidó entró en escena a nivel internacional hace casi un año, cuando trepó a un escenario ante miles de venezolanos que llenaban la calle para declararse como presidente interino del maltrecho país, alegando que era su derecho constitucional asumir el puesto porque la reelección de Maduro era ilegítima.
El legislador, antes un político desconocido, obtuvo el reconocimiento inmediato del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y de docenas de países, desde Ecuador a Estonia.
Hizo una fuerte campaña en las calles, pero pagó caros algunos errores.
En febrero fue de forma clandestina a Colombia, desafiando una orden del Tribunal Supremo que le prohibía abandonar el país, para supervisar la entrada de ayuda humanitaria internacional en Venezuela. Pero las fuerzas de seguridad se negaron a permitir la entrada de la mercancía, manteniéndose leales a Maduro, que les había prohibido que los suministros cruzaran la frontera.
Después llegó un torpe intento de iniciar una revuelta militar a finales de abril. Aunque unas docenas de soldados se unieron a Guaidó y a su mentor, Leopoldo López, al instar a las fuerzas armadas a volverse contra Maduro, la mayoría de las tropas se quedaron en sus puestos.
Abocados a negociar, Guaidó y el gobierno de Maduro celebraron reuniones en Barbados auspiciadas por Noruega. El proceso comenzó de forma prometedora, pero no llegó a ninguna parte. La oposición se vio perjudicada además por una serie de escándalos de corrupción, relacionados con malversación de fondos para soldados desertores y con legisladores opositores que actuaban en secreto a instancias de aliados del gobierno.
Para diciembre, la tasa de popularidad de Guaidó se había desplomado a un 38% desde el pico de 61% diez meses antes, señaló León.
Los venezolanos no solo empezaban a desconfiar de Guaidó, también habían perdido fe en que el impopular gobierno de Maduro pudiera ser derrocado. Mientras que el 70% de los encuestados dijeron en febrero que creían que habría un cambio en tres meses, para diciembre solo el 21% era optimista, señaló el analista.
El domingo se esperaba más de lo mismo: una votación a favor de renovar la reelección de Guaidó como líder de la Asamblea Nacional, con algunas abstenciones o votos en contra de facciones descontentas con su liderazgo.
En lugar de eso, se convirtió en un momento de impulso.
Apretadas filas de guardias nacionales con uniformes verdes impidieron la entrada a Guaidó y otros legisladores de oposición. En un momento dado, el líder opositor intentó escalar la cerca de la Asamblea Nacional, y fue obligado a bajar con tirones a su traje.
Dentro, Luis Parra, un antiguo aliado de Guaidó que fue expulsado por un partido opositor acusado de recibir sobornos para favorecer a colaboradores del gobierno, dijo ser el nuevo presidente de la Asamblea Nacional tras obtener 81 votos de los 150 parlamentarios presentes, aunque no se ofreció un conteo detallado.
Por su parte, Guaidó presidió una sesión en la sede de un periódico venezolano en la que según la oposición obtuvo 100 votos, incluidos algunos de legisladores escépticos con su liderazgo.
Cuando Parra intentó presidir una sesión parlamentaria el martes, Guaidó y una serie de legisladores se abrieron paso entre los guardias nacionales y entraron a la fuerza en el edificio, haciendo que los legisladores respaldados por Maduro huyeran del lugar.
“Hoy los diputados dieron una victoria al pueblo de Venezuela”, dijo triunfante.
Pero, ¿cuánto durará?
En cierto modo, hay pocos o ningún cambio. Maduro sigue controlando el Ejército y tiene el respaldo de instituciones importantes como el Tribunal Supremo, mientras que Guaidó lidera una institución sin poder ni capacidad de hacer cumplir sus medidas.
“Una vez pase el revuelo, seguirá enfrentando los mismos desafíos”, señaló Diego Moya Ocampos, analista de riesgo político.
En lo que podría ser un dato revelador, no se produjeron protestas espontáneas tras los incidentes del domingo, lo que podría apuntar a que el descontento del público por el intento de Maduro de controlar la asamblea podría ser limitado, o al menos la gente sigue demasiado centrada en otros asuntos urgentes.
Aun así, Moya Ocampos dijo esperar que Guaidó muestre más fuerza en los próximos días, con una retórica más combativa. Además, la decisión de Guaidó de salir del partido de su mentor, Voluntad Popular, podría darle libertad para hacer gestos más audaces.
“Creo que vamos a ver a un Guaidó más independiente, más autónomo en sus acciones y recuperando impulso”, dijo Moya Ocampos.
Seguidores como Eduardo Bravo, actor y activista, dijeron estar encantados de ver al líder de la oposición emprendiendo acciones más arriesgadas para aprovechar la inercia.
“En ese momento sabía que tenía que hacer algo contundente que creara emoción, porque ese es un país emocional”, dijo Bravo, de 49 años. “Era como si estuviera viendo a la democracia diciendo: yo voy a entrar porque ese es mi lugar y ese es mi espacio”.
Bravo, un activista activo, dijo considerar las acciones de Guaidó como un giro de “180 grados”.
“Han llenado de esperanza al pueblo que se sentía muy decepcionado de los políticos”, dijo Bravo. “Verá en las calles en las próximas semanas cuando la gente vuelva a salir”.
AP