El escritor más célebre de Paraguay, Augusto Roa Bastos, describió a su patria como “una isla rodeada de tierra” y, hasta el momento, parece haberse aislado de lo peor de la pandemia del coronavirus que se extiende por los países vecinos.
La nación, con unos siete millones de habitantes, registró apenas 10 muertos mientras se refugia tras sus fronteras, en su mayoría cerradas para protegerse de la enfermedad, y sus antes transitados puentes fronterizos están ahora vacíos salvo por uno o dos perros callejeros.
Tiene menos de 750 casos confirmados, en su mayoría gente que está bajo una cuarentena obligatoria de 14 días luego de ingresar desde Brasil o Argentina. Algunos han sido alojados en cuarteles militares, otros en hoteles.
Los vuelos regulares fueron cancelados, a excepción de unas pocas misiones humanitarias que a menudo llevan de regreso al país a paraguayos varados fuera, o trasladan a extranjeros a sus países de origen, todos tras pasar controles de temperatura.
Paraguay fue uno de los primeros países de la región en imponer severas restricciones en marzo, pidiéndole a la población que se quedase en casa salvo para comprar comida, fármacos o ir al médico. Las escuelas llevan tiempo cerradas. Las iglesias están vacías. Los autobuses no circulan, lo que obliga a algunos a dormir en sus trabajos.
Sin embargo, muchos se aventuran a buscar algo que comer o a conseguir dinero para comprar. Algunos ignoran las restricciones de la cuarentena para pescar en el Río Paraguay. Algunos hacen fila para recibir los paquetes de comida que se reparten en escuelas de primaria. Y algunos rebuscan entre la basura del mercado central de distribución de alimentos en la capital, Asunción.
El país ha sido también uno de los primeros en aliviar las restricciones. El gobierno permitió que muchos negocios retomasen su actividad a partir del 4 de mayo. Los obreros han vuelto a trabajar en sus proyectos, al menos los que están al aire libre.
AP