Ya son más de seis millones de venezolanos los que nos encontramos repartidos por todo el mundo. Es una oleada sin duda, gigantesca, que disputa la punta en número, a cualquier otra legión de migrantes aparecida en esta era. Algunos de mis lectores podrán exclamar que “ya de esto se ha hablado”, pero no lo suficiente, agrego yo, porque nunca será un tema trillado la historia de la diáspora venezolana, más cuando se trata de exponer una tragedia como la que se padece en el destierro.
Es necesario defender nuestro gentilicio ante las campañas indicadas que tratan de hacernos ver como portadores de problemas a donde llegamos. No eludimos nuestra responsabilidad cuando se produce un acontecimiento irregular, más bien lo enfrentamos y somos los primeros en exigir que se asuman las consecuencias de todo acto digno de ser sancionado. Pero sí estamos en la obligación de aclarar que eso se enmarca en la excepción y no en la regla de conducta de los migrantes venezolanos. Como dice el axioma “no deben pagar justos por pecadores”.
Por tal razón es que siempre estamos prestos a repudiar esas manifestaciones de xenofobia desatadas por grupos violentos e intransigentes que se ensañan con personas que llegan a algunos países a buscar refugio, huyendo, como es nuestro caso, de las penurias que ocasiona un régimen feroz, como el que ha secuestrado las instituciones públicas en nuestro país.
Mi llamado a los venezolanos de la diáspora es a que destaquemos las virtudes que adornan a nuestras mujeres y hombres. Que nos hagamos eco de sus éxitos, de sus conocimientos, de sus buenas costumbres y mejores hábitos, pero especialmente, al sentido de responsables con que asumen los trabajos o servicios que se prestan en los países de acogida.
Por otra parte, está la voluntad de lucha de los venezolanos de la diáspora. De esos miles de ciudadanos que «pasan las de Caín» para conseguir vivienda, papeles, trabajo y sin embargo no claudican. Siguen de pie, luchando día a día, se ocupan de sus familiares en Venezuela, nunca falla la remesa y la palabra de aliento desde lejos. Tampoco dejan de formarse, de adquirir nuevos conocimientos, porque están ganados a regresar al terruño y saben que para contribuir a reconstruir al país que nos dejan destartalado, será menester emplearse a fondo, con los mejores talentos, con inmensos sacrificios y llevando en la maleta de regreso las ideas y proyectos que podamos hacer realidad en nuestro suelo patrio.
También estamos pendientes del acontecimiento político relacionado con la crisis de Venezuela. No dejamos de participar en actos públicos, como esos encuentros en plazas de cualquier ciudad del mundo al que nos convocaban antes de que apareciera esta pandemia del COVID19. Seguimos ahora, en medio de esta cuarentena universal, interactuando por las redes, nos sumamos a conferencias virtuales, usamos las vías tecnológicas para opinar porque sentimos que es nuestro derecho y nuestra obligación a la misma vez. O sea, Venezuela está con nosotros, nos alejamos del espacio geográfico, pero los sentimientos, la venezolanidad está aquí, en nuestra alma y en nuestros corazones.
¡Esperamos que sea muy pronto el día para retornar y darnos ese inmenso abrazo de confraternidad!
Mitzy Capriles de Ledezma