Los residentes de un centro de mayores de la localidad belga de Péruwelz han vuelto a recuperar los abrazos y las caricias después de tres meses de estricto confinamiento gracias a un panel plastificado instalado en el jardín, a través del cual pueden recibir mimos y caricias de sus familiares.
El objetivo de esta iniciativa, indican los propios residentes del centro El Jardín de Picardía, es el de volver a sentir la cercanía física y el cariño de familiares, amigos y del propio personal del centro, algo que han echado en falta durante los meses más duros del brote del coronavirus.
“Veía a mis hijos a dos metros pero tenía muchas ganas de abrazarlos. Tuvimos que ser pacientes”, cuenta Lili Hendriekse, de 83 años de edad, quien se ha convertido en una de las residentes más entusiastas con el panel.
De hecho, fue quien estrenó el invento con su hija a mediados de junio, cuando lo instalaron en el patio del centro. “Y lloré. Soy muy emotiva”, añade.
La mecánica es sencilla: las dos personas se colocan a ambos lados del panel de plástico y, a través de dos orificios, introducen sus brazos, previamente envueltos en otra funda de plástico identificada con el nombre del residente, para poder contactar.
Marie-Christine Desoer, directora del centro, señala que la iniciativa surgió a raíz de un vídeo que le remitió una amiga en el que se podía ver a dos mujeres abrazándose a través de un plástico.
Un procedimiento rudimentario pero que le dio una idea para romper, dentro de los límites sanitarios, la barrera de la distancia social.
“Al no saber cuánto tiempo iba a durar esto teníamos que encontrar una solución para poder abrazar a nuestros residentes. Vivir sin contacto físico no es posible, así que por eso decidimos crear la ‘mimosera”, dice la directora.
A pesar de la gravedad de la situación en el mundo, la residencia, situada a escasos 600 metros de la frontera con Francia, apenas ha sufrido hasta la fecha las consecuencias del brote.
Así, a pesar de no haberse registrado casos positivos en el centro, tanto residentes como trabajadores han sufrido “a nivel afectivo”.
“Cuando empezamos a oír hablar del coronavirus tuvimos mucho miedo. Por suerte, disponíamos del material necesario y, tratando de reaccionar rápido, hicimos reservas de mascarillas, de gel, de guantes y de trajes”, añade Desoer.
También agradecieron de manera especial la iniciativa los familiares de los residentes, quienes pusieron especial cuidado en respetar las reglas de seguridad para no comprometer la salud de sus mayores.
Así lo afirma Yves Letellier, quien visita cada pocos días a su padre, Albert, de 86 años, y a quien ahora da abrazos entre sonrisas y bromas del resto de residentes.
“Estuvimos frustrados por no poder tocarlos, así que la idea de hacer una instalación para poder abrazarse es realmente fantástica. Uno se acostumbra, pero volver a hacerlo te renueva”, concluye.
EFE