La ausencia de liderazgo en Venezuela es demasiado evidente; esta carencia también ha contribuido a empeorar la crisis actual. La mayoría de los venezolanos conocemos su origen y a los más culpables de su escalamiento; pero hemos sido indiferentes ante la conducta cómplice, por acción u omisión, de quienes tuvieron posibilidades de detenerla y dejaron de hacerlo. Ahora la gravedad de la situación avanza a paso de gacela y resulta más difícil contener sus impulsos devastadores.
Es indudable que pocos son los líderes sociales que conservan su credibilidad en niveles aceptables. Por supuesto, aunque parezca una afirmación sin suficiente fundamento, son los líderes políticos quienes menos gozan de la confianza de la sociedad. Es obvio que la dictadura ha logrado en buena parte lo que es propósito medular de toda tiranía: el distanciamiento entre los ciudadanos y la clase política. A ningún dictador le agrada ni le conviene entenderse con adversarios políticos. Éstos son considerados como sus enemigos y así son tratados, perseguidos, encarcelados y asesinados.
Aunque a veces resulta incómodo decir las cosas que pensamos con respecto al comportamiento actual de los líderes políticos, tanto del régimen como de la oposición, se supone que hacerlo es una responsabilidad ética de quienes, voluntariamente, cumplimos el rol de opinadores. Es verdad que los militantes y simpatizantes de las organizaciones partidistas sienten que éstas los han dejado en la orfandad política. Demás está lamentar la gravedad de esta situación; es una desgracia más que se suma al rosario de calamidades que han hundido al país en la miseria. Porque la antipolítica es el mejor caldo de cultivo de cualquier dictadura.
El ciudadano común que vive en los espacios residenciales urbanos, así como el que habita en los cinturones de miseria de las diferentes ciudades del país, tienen suficiente claridad sobre la indefensión en la que sus líderes los han dejado. Lo puedo afirmar, porque mantengo buenas relaciones con gente de ambos sectores. Conversamos a menudo de los problemas existentes y de la imposibilidad de resolverlos, como sí se podía lograr en el pasado. ¡Muchas personas claman la vuelta de la democracia!
Es propicia la ocasión para revelar una inquietud generalizada de la población: “algo hay que hacer”. Y es cierto; es preferible moverse en cualquier sentido que permanecer inmóvil. Ya la gente da por un hecho que los líderes políticos democráticos han dejado de moverse. Lucen autoinhabilitados. Tampoco los militares hacen nada, a pesar de que el Art. 333 de la Constitución los ampara en caso de que alguien pretenda acusarlos de golpistas. Por cierto que está corriendo, y con mucha rapidez, un comentario según el cual los militares son culpables de la tragedia que atraviesa Venezuela, porque han permitido que los autores de tal calamidad se mantengan en sus cargos. ¡Creo que nuestra Fuerza Armada Nacional, en salvaguarda del prestigio que siempre tuvo, debería escuchar el clamor del pueblo! ¡Hay que hacer algo!
Antonio Urdaneta Aguirre / urdaneta.antonio@gmail.com / @UrdanetaAguirre