Cuando se supo de las explosiones de los almacenes del puerto aduanero de Beirut en el Medio Oriente por la televisión mundial, pensamos que había estallado un polvorín de kryptonita que algún desequilibrado de Estambul tenía guardada por seis años para entregarlas al Capitán Maravilla y darle vida a este personaje de los domingos en las tiras de los periódicos. En efecto, la estela de humo y la silueta atmosférica simularon la acción de una bomba atómica en miniatura. Pero no fue un sueño, fue realidad. El cuatro de agosto pasado ocurrieron un par de explosiones masivas en un almacén de pirotecnia del puerto de Beirut, capital de Líbano que tiene 5 mil años de antigüedad y 5 millones de habitantes. Se ha confirmado la muerte de al menos 150 personas y otros 4 mil heridos. La destrucción total del puerto y daños graves en la gran mayoría de los edificios de la ciudad y las viviendas de las familias en los alrededores del puerto hace que se estime que unas 200 mil personas quedaron sin hogar. Escenas de pánico, temor y miedo se repetían durante la tragedia. Mujeres, ancianos, hombres, jóvenes y niños corrían de un lugar a otro en medio de aquel dantesco siniestro.
Lo uno irreal y lo otro cierto, nos hizo recordar nuestros años de juventud. En efecto, del colegio nos íbamos a jugar beisbol sabanero en los terrenos de La Ciega en cuyo rincón, en forma de L, funciona el puerto marítimo de Maracaibo y su Faro, guía de navegación. A sus alrededores funciona el Cuerpo de Bomberos, el edificio de la cerrada Escuela Normal, el terminal de ferrys y un día se inauguró el Estadio del Lago, por cierto, con un partido entre Gavilanes y Pastora.
Pero nos queremos referir a los fuegos pirotécnicos del estadio, las iglesias parroquiales, las verbenas y las ferias, las Guajiras, las ventas en el mercado y los fabricantes pequeños del material. Aparte de esto, se traían pertrechos de Colombia, Margarita y otras zonas. No sabemos como hacían los organizadores de estas parrandas mas muy pocos sucesos atrevidos y siniestrados se produjeron. Si no mal recordamos, en los almacenes de depósitos del Puerto de Maracaibo se manejaban todos estos fuegos artificiales a los que le daban cuidados especiales y tenían que ser retirados con premura, so pena de ser liquidados mediante la figura del abandono legal.
Esto de Beirut nos saca de quicio, por decirlo menos. Los pirotécnicos, en cantidades voluminosas tenían seis años, cuando el régimen universal para ese tipo de material peligroso, por volátil e inflamable, es de seis días. Luego, no se trata de piñas, ni aguacates, sino de gente de carne y hueso que perdieron sus hogares, sus familias. Entonces, vale la pena investigar y meditar sobre este siniestro que no debió pasar y que, pensamos nos duele a todos.
En efecto, en el puerto de Maracaibo se debe realizar una revisión general, sobre las mercancías que se encuentran en depósito sin ser retiradas, para medir su volumen, su estado físico y legal y, en el Puerto de Beirut se debe realizar una investigación exhaustiva que aclare los depósitos de la mercadería importada y sus circunstancias.
Para ello se requiere la voluntad política porque con el valioso documento del Conocimiento de Embarque, que debe estar en algún archivo, basta para dar con el proceso cumplido en cada caso y saber quien compró, de donde llegaron las cargas y sus condiciones de embarque, protocolos manejados, puertos de embarque y llegada, tiempo de cabotaje, impuestos pagados, la naviera transportista, la compañía gestora aduanera. Algunos se preguntarán ¿qué velas tenemos nosotros en ese entierro? Pues bien, sencillamente hubo una catástrofe de dimensiones extravagantes. Hay muertes que tienen dolientes y hechos que deben ser evaluados con racionamiento, mística, respeto y honestidad para que se paguen las negligencias pero, más importante aún, que se produzcan los protocolos para evitar que vuelvan ocurrir.
El gran y único propósito debe ser que se sepa la verdad porque “la verdad nos hará libres”.
Luis Acosta