En el futuro, cuando la historia de Venezuela haga mención a este aciago episodio de nuestra vida republicana, debe ser llamado “El Oscurantismo Venezolano”. Sencillamente, el chavismo ha demostrado que en política no existe nada malo que no pueda estar peor. Llegó el 2021 con una sola promesa: empeorar lo ya viene pésimamente mal.
Nada distinto, mismos refritos por parte del régimen, pero con distintos nombres, al subir el telón nos encontramos con las imposiciones económicas de siempre; apoyo solo a las inservibles empresas mixtas, al espectro “económico” del Estado comunal, Petro y, probablemente, la única variante discursiva sea la propulsión de la “Economía Digital”, que (al parecer) no es más que la desaparición del Bolívar y la dolarización formal del país. Todo ello enmarcado dentro del desconocimiento internacional de las instituciones retenidas por el chavismo.
En este truculento escenario ¿Qué esperar? ¿Cuál es la solución? Por lo pronto, Venezuela continuará por la misma/vetusta senda autodestructiva porque se ahonda en los mismos problemas. La o las soluciones son variadas e impredecibles.
Ajora bien, los venezolanos tienen un gran problema; mientras el régimen controle discrecionalmente las armas, recursos e instituciones del Estado, y la oposición, gozosa de un exilio dorado, los cambios pueden tardar mucho tiempo más. Caso contrario ocurre con la población del país, cada día que transcurre la sobrevivencia se hace mucho más difícil, por ello la inusitada emigración.
En consecuencia, es la presión la llamada a propiciar los cambios. La social es territorio difícil cuando el régimen, tras los episodios de 2014 y 2017, prácticamente prohíbe las manifestaciones de calle, estas son “neutralizadas” inmediatamente a través del atroz aparataje represivo. La otra presión valedera es aquella que ejerce la comunidad internacional, sin embargo, como hemos visto, su joya coronaria “las sanciones” han sido burladas por el régimen y sus, aunque lejanos, activos aliados. Es decir, la presión social e internacional tiene sus bemoles.
Los pactos políticos también tienen su presencia disolutora, pero existen dos grandes inconvenientes, al parecer, insorteables: el chavismo jamás permitirá elecciones transparentes, constitucionales ni democráticas pues jamás ganaría, sería lo mismo que abdicar. Por otro lado, las acusaciones internacionales que pesan sobre sus principales cabezas son una pesada tranca, los crímenes de lesa humanidad, narcotráfico y apoyo al terrorismo no prescriben, saben que al perder la protección que da “el poder” quedarían a merced de la justicia criolla y foránea.
Ahora bien, una luz en el túnel, tenue pero valedera, sería el emerger de un nuevo liderazgo en ambos bandos, uno del lado del chavismo que aparte su status quo reinante desde hace más de dos décadas, que busque sobrevivencia y mejorías reales, que acepte la constitucionalidad y la democracia. Otro liderazgo del lado de la oposición con determinación y aplomo, distinto al de hoy. Estos nuevos liderazgos destrancarían el juego, permitiría el retorno de la constitucionalidad, de la democracia y de las insustituibles inversiones que amerita la nación.
A parte de estos escenarios existen otros, pacíficos y otros que no lo son tanto, pero inexorablemente necesitan ser propiciados por la ciudadanía y la comunidad internacional, porque, repetimos, a los líderes del chavismo y de la oposición actuales no les convienen los cambios que pongan en riesgo el disfrute de hoy de las mieles del poder, directas e indirectas.
Leandro Rodríguez
@leandrotango