Tal como lo buscaba, Carlos Andrés Pérez está metido en la historia de Venezuela. Esa era su gran ambición y lo logró. Desde ya se vislumbran otras biografías que nos presentarán su hoja de vida, con sus facetas, sus desempeños, con sus virtudes y sus errores. Escritores afamados y con mucha solvencia anuncian su interés en escribir sobre la vida y obra del presidente que provocó grandes cambios en la vida política, económica y social del país. Para apoyarse en sus investigaciones hay una basta documentación a la mano de los que se empeñen en esa tarea a la que de antemano se le auguran muchos lectores. Bastaría con los archivos legados por el expresidente y a buen resguardo de su familia. También están las pruebas que sobreviven a sus actuaciones dentro y fuera del país en bibliotecas de instituciones y las hemerotecas de los medios de comunicación.
Desde ya se analizan las dos agendas de sus gobiernos, concluyendo de manera simplista en calificar de “saudita” su primera administración. Se critica el supuesto endeudamiento que dejó como un peso muerto para los siguientes gobiernos, hecho desmentido por la realidad que demostró que los empréstitos asumidos tenían una compensación en los ingentes recursos acumulados en El Fondo de Inversiones creado por CAP y además esos empréstitos tenían como finalidad adelantar grandes y necesarias obras como la del Guri, entre algunas. Para muchos los proyectos realizados como el Plan de Becas Gran Mariscal de Ayacucho, el Sistema de Orquestas Infantiles, todo lo que se adelantó en materia de protección del ambiente, la edificación de acueductos, parques nacionales, termoeléctricas y universidades, nada tenían de “sauditas”. Otro debate es respecto a las nacionalizaciones como la que condujo al estatismo a la industria petrolera. Se escuchan críticas que no dejan de cargar con una contradicción cuando al mismo tiempo se reconoce que PDVSA llegó a ser una de las trasnacionales petroleras más prestigiosas del mundo y el buen tino de CAP de poner esas riendas en manos de un ciudadano calificado como lo fue el General Rafael Alfonso Ravard.
Otra diatriba se centra en destacar la línea estratégica del primer gobierno de CAP (1974-1979) con el Gran viraje que propuso a partir del 2 de febrero de 1989. Para mi más que un error es una virtud, una manera de demostrar que un estadista que conduce los destinos de una nación no debe dejar de tomar en cuenta las realidades y entender a Séneca cuando dijo que, “si no sabes hacia donde navegas, ningún viento es favorable”. Si alguna característica irradiaba CAP era su audacia y su coraje para asumir los giros que constantemente se verifican desde el punto de vista personal y en el mundo que se pretende conducir. CAP aspiraba introducir grandes transformaciones en la vida nacional y por eso modificó su actitud, por aquello que aseguró Ernesto Sabato: “nada de lo que fue vuelve a ser, y las cosas y los hombres y los niños no son lo que fueron un día”. Y es que ciertamente la vida es un cambio permanente. Por eso comprender las realidades y actuar conforme a las necesidades del país fue una virtud que dio lugar al salto de la Gran Venezuela, al Gran Viraje de su segundo quinquenio.
Otra virtud, más que un error, fue seleccionar a un elenco de colaboradores que inicialmente fue satanizado y que ahora la inmensa mayoría de los venezolanos reconoce que fue un acierto de CAP saberse rodear de venezolanos muy bien preparados para desarrollar sus planes de gobierno.
También fue otra virtud su determinación de abrir el camino hacia la definitiva descentralización del país. Hubo críticas, intensos debates de los que fui testigo de primera mano, en los que altos personeros de la política nacional le planteaban a CAP que “postergara esa ley de elección directa de gobernadores y alcaldes”. CAP siempre fue tajante al ratificar que cumpliría la palabra empeñada aquel 23 de enero de 1988 en un acto celebrado en la parroquia 23-E de Caracas. Hay quienes piensan que a CAP le faltó malicia para no entender que se estaba autotrasquilando poder político en un país muy presidencialista. Pero CAP no pensaba en su poder individual sino en el poder para cambiar las cosas en un país urgido de cambios.
Un episodio que no deja de ser discutido, es el que cubre el momento en que se decide la designación de las personas llamadas a ocupar el sillón principal en la Fiscalía General de la Republica y de la Contraloría General.
Se dice que CAP fue débil y que acusó un déficit de astucia política. Para mi, que viví todo cuanto ocurrió esa mañana en que, reunido en la residencia presidencial La Casona, junto a los líderes de Acción Democrática, se analizaban los nombres propuestos para ocupar esos estrados, capté la posición de un estadista que a riesgo de sufrir las trastadas que posteriormente buscaban asesinarlo moralmente, optaba por defender el principio de la independencia de los poderes públicos. Lo mismo hizo cuando salió a promover la modificación y renovación de la Corte Suprema de Justicia, a sabiendas que dejarían sus magistraturas personas con las que tenía una relación personal. Pero CAP no las veía como fichas personales a ser movidas en el tablero político. Más bien pensaba en la necesidad de renovar para facilitar los cambios que reclama el país al compás del tiempo que no se detenía.
Se dice que CAP no hizo consultas sobre sus planes de gobierno. Eso es discutible. CAP propuso crear un Comité Operativo que se encargaría de regularizar las relaciones entre su gobierno y el partido que le servía de base de apoyo. Tuve el privilegio de ser el Secretario Ejecutivo de ese organismo. Se hicieron amplias reuniones antes, durante y después de la implementación de las medidas. Igualmente se realizaron sesiones de consultas con líderes de los diferentes partidos de oposición antes de asumir la presidencia. Mención especial merece la iniciativa de CAP de designar un Ministro de Estado para que se encargara de coordinar las relaciones con el parlamento. Otro dato: CAP expuso ante los líderes de los sectores empresariales, insistentemente, sus ideas de reformas comerciales y financieras, no faltaron los susurros de quienes le aconsejaron «que dejara quieto los esquemas de los subsidios indirectos, de las licencias de importación y las oficinas de RECADI». Pero CAP optó por desprenderse de esos privilegios propios de gobiernos presidencialistas, en el que de seguro sería un caudillo temido, para abrir una senda a una política de cambios con vistas a un país con sectores competitivos, en donde esos sistemas corrompidos desaparecieran para siempre.
No me niego a admitir que se registraron fallas en la metodología para dar a conocer ese paquete de medidas diametralmente opuestas a las realidades que signaron su primer ejercicio entre 1974 y 1979. También transijo en que CAP fue víctima de informaciones de inteligencia que confundían a la hora de procesar los informes que daban cuenta de las andanzas de los militares golpistas y de sus aliados en el campo civil. A CAP le fueron desmantelando y deteriorando sus equipos de pesquisas y de esa historia falta mucho por contar las verdades que aún están atrapadas en escondites de las que saldrán a flote.
Otra virtud de CAP es que no era un hombre de rencores, aunque algunos apelan al dicho siciliano que reza: “quien no cobra agravios no agradece beneficios”. Pero así era CAP. Generoso, amplio, libre de odios y resentimientos, consciente de que “el rencor es un abismo sin fondo” y prefería perder la memoria a la hora de dejar en el olvido las diferencias con sus más enconados adversarios. ¿Eso fue un error? A mi entender definitivamente no. Más bien fue la postura de un hombre cabal, capaz de admitir que se había equivocado y buscaba ofrecer disculpas a sus agraviados, al mismo tiempo que pasaba la página con los nombres de quienes de alguna manera lo habían ofendido.
Antonio Ledezma
@alcaldeledezma