Apartando los ojos achinados, los venezolanos tenemos muchos parecidos con los birmanos. Para empezar los dos países están en coordenadas parecidas de longitud y latitud solo que “al otro lado del planeta” de manera que el clima y el paisaje son parecidos. Los dos son territorialmente extensos (900 mil y 600 mil kilómetros cuadrados y una población numerosa (30 y 50 millones). También los dos tienen religiones preponderantes solo que por aquí somos buenos católicos y por allá son buenos budistas.
Los birmanos fueron colonia británica hasta 1948 cuando acordaron su independencia, pero no tardaron mucho los militares para dar un golpe de Estado y comenzar una historia de lucha entre la dictadura y la democracia que aún continúa. También cansados de un conflicto que no pareciera terminar, centenares de miles de birmanos se han refugiado en países vecinos.
Al igual que nosotros han realizado elecciones, pero no importa el resultado los militares, que por allá se llaman “Tatmadaw”, hacen trampas para continuar en el poder. Hay numerosos grupos étnicos y grupos armados en la periferia y los militares son acusados de perseguirlos, de violar a sus mujeres y de matarlas. De la misma manera las protestas son severamente reprimidas con muertos a montón cada vez que los birmanos se atreven a salir a la calle. Por supuesto la dictadura tiene la condena de la ONU y de la mayoría de los países cosa, que al igual que en el nuestro, pareciera “les resbala”.
El Tatmadaw es de corte socialista y al igual que los de por aquí gustan de cambiarle el nombre a las cosas, así que hasta le cambiaron el nombre al país por el de Myanmar. Un general llamado Ne Win permaneció treinta años en el poder hasta 1988 cuando fuertes protestas le hicieron renunciar. A la sazón había surgido una lideresa de nombre Aung San Suu Kyi quien, aunque pasaba más tiempo arrestada que libre, unificó la lucha contra los militares. Esta mujer ha recibido decenas de reconocimientos internacionales incluyendo el premio Nobel de la Paz en 1991.
En 1990 la dictadura fue presionada a hacer elecciones y, en efecto, las ganó la oposición, pero los militares se negaron a reconocer los resultados y continuaron con el mando. En 2004, al Tatmadaw se le ocurrió hacer una nueva Constitución, pero no intervino nadie de la oposición, así que se aseguraron de colocar en el texto que tendrían siempre el 25% del Parlamento, el control sobre lo militar y los asuntos internos, el poder tomar el control en caso de emergencia (una especie de golpe legal) y también de continuar en el control de las mayores empresas del País (pendejitos ellos).
En 2010 se hicieron unas “elecciones” estilo Maduro inhabilitando a los adversarios que no fue reconocida, sin embargo, en 2015, el partido democrático de Suu Kyi llegó finalmente al poder, aunque con los militares en acecho. Luego de cinco años, en noviembre de 2020, se hicieron elecciones generales y, nuevamente, el partido de Suu Kyi arrasó, pero, a los pocos meses, en febrero 2021, los militares dieron un golpe que se encuentra actualmente en desarrollo con innumerables protestas ciudadanas llamando a la desobediencia civil.
El que al menos exista un País que se parece a nosotros y que además lucha por su democracia puede ser un elemento que nos anime un poco al saber que no somos los únicos en la lucha contra la tragedia. Y también podemos aprender algo. La conquista del poder que realizó el partido de Suu Kyi fue muy frágil pues permitió a sus enemigos militares socialistas se mantuviesen con mucho poder y a los pocos años, estos asesinos sin escrúpulos, como parecen ser, lo han vuelto a usar.
Cuando recuperemos la libertad y la democracia en Venezuela no nos debemos olvidar de esta lección. Los militares deben ser instruidos en la subordinación al poder civil y en la no injerencia política y a los comunistas del PSUV habrá que tolerarlos, pero en paralelo informar intensamente a nuestros ciudadanos del peligro que representa un régimen totalitario y de pobreza como el marxista para que nadie, ni loco, vote por ellos.
No menos importante será también hacer los cambios que sean necesarios en nosotros mismos. La corrupción se debe eliminar de raíz en todas sus versiones y debe ser reemplazada por la honestidad y, de igual manera, terminar también con el espejismo de ver al gobierno como el proveedor que me da lo que necesito y reemplazarlo por el individuo orgulloso que con su trabajo y su esfuerzo se vale por sí mismo.
Muchas cosas tenemos por delante. Sacar a estos pillos del poder es lo primero y después transitar un camino duro para, adornado con miles de flores de esperanza, recuperar esta hermosa Nación. Y no hay duda que así va a ser.
Viva Birmania libre y viva Venezuela libre.
Eugenio Montoro