Livia Coromoto Millán detalló cómo a su hijo Julio César Jiménez Millán se lo llevaron con vida de la panadería donde trabajaba en el estado fronterizo. Días después le mostraron una foto de sus restos y se niegan a entregarle el cuerpo. “Quiero que se limpie su nombre, él no era ningún guerrillero”, aseguró
Livia Coromoto Millán apenas puede con su dolor, se confunde, repite, cierra los ojos tratando de encontrar las palabras apropiadas. Parece una mujer a quien le ha tocado duro en la vida, pero su cuerpo es frágil, no hace falta verla llorar para saber que el peso de la tristeza amenaza con apagarle la voz por momentos. Durante 10 minutos habló frente a la cámara narrando pausadamente que las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) se llevó a su hijo Julio César Jiménez Millán, en medio del conflicto en Apure, para después aparecer, tirado en la sabana, sin zapatos, sin camisa y con un pantalón de los que usan los guerrilleros en la zona. Y se negaron a entregarle el cuerpo de su hijo muerto.
Hasta ella llegó Javier Tarazona, coordinador de FundaRedes, quien ha estado documentando el caso de lo ocurrido en Apure desde que el 21 de marzo se inició el conflicto entre la Fuerza Armada y las FARC-Gentil Duarte. Él ha conversado con la madre del joven fallecido. Se niega a aceptar que este hecho atroz quede en silencio. La señora Millán quiere saber dónde sepultaron a su hijo, quiere tener un lugar digno dónde llorarlo y llevarle flores. Tarazona ha reseñado cada detalle y esta es la historia.
“Se presentó ese conflicto ahí en La Victoria; las FAES arremetió contra las personas de ese lugar. Mi hijo se encontraba en su cuarto, descansando de su trabajo; se metió las FAES, un cuerpo asesino, que lo que hace es matar a la gente sin compasión. De ese lugar lo sacaron con vida. A mí me avisan, de la panadería (Arismar) donde él trabajaba, que se lo habían llevado detenido”, explica Livia Coromoto.
“Por ser semana radical (restricciones por el Covid-19) y por falta de dinero, porque teníamos que recoger para poder llegar a ese lugar, no pude viajar hasta que llegó la semana flexible”. Desde donde ella vive en Cabimas hasta La Victoria son no menos de 14 horas con vehículo particular.
Describe cómo llamaba para La Victoria esperando alguna respuesta de su hijo. “La única respuesta que recibí es que él no aparecía, que lo fueron a buscar en los cuerpos policiales y no aparecía detenido. Tomé la decisión de moverme hasta allá, con todo el esfuerzo”.
Cuando llega a Apure el dinero que llevaba se había agotado. “Ahí en la esquina del Teatro le pedí ayuda a unas personas de ese sector para poder quedarme en el porche, pero esa gente, en su cariño, nos ofrecieron su hogar, nos dieron alimentos, nos ayudaron económicamente, me ayudaron a caminar para encontrar a mi hijo. En el Teatro pedí que me dieran información sobre mi hijo, pero no aparecía en el sistema de ahí, tampoco en el de DGCIM, me enviaron a la PTJ (CICPC) para que formulara la denuncia”.
Quiero justicia
En el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) le preguntaron cuál era el nombre del muchacho. “Él se llama Julio César Jiménez Millán, tengo cédula de él, también cargo fotos de él”, les dice a los policías, que toman las fotos y se van a una oficina, desde donde poco después la llaman y le preguntan que si puede reconocer a su hijo en una foto.
“La foto se la muestran primero a mi hijo Eduardo José y luego me la muestran a mí. No esperaba encontrarme a mi hijo muerto. Fueron tres semanas en el que nadie sabía darme razón de él. Cuando veo esa foto de él muerto, para mí fue muy impresionante porque no me lo esperaba, porque mi hijo siempre fue de buena conducta y lo que siempre me dijeron es que se lo habían llevado con vida”.
“Fue la FAES que lo mató, porque a él se lo lleva la FAES. Luego bajan una foto donde lo tienen vestido de guerrillero, estaba torturado, matado a puro golpe, porque no estaba baleado y dicen que fue un enfrentamiento entre guerrilleros. Si se fijan bien en la foto, vean cómo tiene las muñecas maltratadas, las manos, torturado, sus costillas partidas, sus pies descalzos, vestido de guerrillero; tengo pruebas, tengo testimonios de que mi hijo no era de esos”.
Enfatiza qué quiere, “que se haga justicia, que se diga la verdad, que se aclare que Julio César Jiménez no era ningún guerrillero, ningún matón. Yo sé que con esto no voy a revivir a mi hijo, sé que con esto no voy a superar este dolor tan grande, pero sí quiero que se limpie su nombre, que él no era ningún guerrillero. Yo voy a hacer que, en el nombre del Señor, se aclare todo; somos cristianos evangélicos para la gloria del Señor y sé que para el hombre escapará muchas cosas, pero para Dios no”.
Buen hijo
“A mi hijo lo mataron, lo asesinaron sin merecer esa muerte”, dice la señora Millán quien vive en Cabimas, estado Zulia y subraya que su hijo trabajaba “para ayudarme, porque somos personas humildes, queriendo ayudarme siempre y teniendo un hijo de apenas seis meses que no alcanzó a conocer, porque cuando la mamá del niño estaba embarazada él tuvo que irse y no podía venir por el poco dinero. Lo que hacía era transferirnos un poquito para que nos ayudáramos”.
A Julio César Jiménez Millán lo describe su mamá como “buen hijo, de buena conducta, sin ningún registro policial en ningún lado. Un hijo que se ganó el cariño de todos a donde quiera que fuera. Era muy cariñoso, humilde y trabajador”.
El joven trabajaba en Valera, estado Trujillo, donde ejercía de agricultor. “Viendo que la situación se había fuerte allá, decidió buscar mejor vida en otro lugar”. Salió de Valera, estado Trujillo para seguir rumbo a Colombia, en busca de trabajo para mantener a su bebé de seis meses de nacido. En la vía, quizá pensando salir hacia Arauca, llegó a Guasdualito, pero ahí consiguió un trabajo de panadero en La Victoria, municipio Páez del estado Apure, donde se encontraba desde hacía un año.
Ella relata que la gente de La Victoria lo recibió con mucho cariño. “Lo ayudaron mucho, lo quisieron mucho, por su buen comportamiento, No es porque sea mi hijo, pero es la verdad”.
Livia Coromoto ya sabe que su pedido de justicia lo ha oído FundaRedes.
Infobae