Uno- Mayor gallinero se le formó a Fedecámaras por invitar a la Delcy a su asamblea. Los opinadores de todo tipo le dieron “hasta con el tobo” a los responsables, cuestionando su vergonzoso acercamiento a los rojos. Al día siguiente el nuevo presidente de Fedecámaras justificaba la invitación de la doña como algo normal en el pasado.
Dos- Peor es la otra balumba que tenemos armada sobre el asunto de que si asistimos o no a las elecciones regionales. La tradición y las encuestas animan a hacerlo, pero las consecuencias de ir a votar, en esta ocasión, son terribles, empezando por reconocer a un CNE pirata como válido y, en derivación, también a la ilegal Asamblea Nacional.
Tres- Estamos por iniciar un curso sobre democracia y descubrimos que parte de los asistentes son chavistas. ¿Qué debemos hacer? Hablar sobre democracia en Venezuela al lado de los que quieren que desaparezca vía las comunas, es algo así como estar en el velorio de tu hija y se aparecen en el acto los asesinos.
Ninguno de estos casos existiría si viviéramos en un sistema democrático que evidentemente no tenemos. En reciente conferencia, un conocedor de la dinámica política latinoamericana opinaba que el asunto de la inestabilidad democrática en la región podía simplificarse a la acumulación de situaciones que hacen que el “arrecherómetro” de la gente aumente mucho.
Esto nos llevó a la impecable conclusión que, para evitar que suba el descontento en una democracia, la gente debe estar contenta. Y la pregunta de seguida fue que se debe hacer para que los ciudadanos estén contentos y no desbaraten la democracia que es el mejor sistema de gobierno que existe.
Pareciera que solo hay dos opciones. Una, es convencer a los ciudadanos para que sean felices con lo que tengan. Algo así como volvernos monjes cartujos que comen poco, viven austeramente y tienen una vida de contemplación y, la otra opción, es tener un país de enorme riqueza donde todo se solucione y las personas tengan muy poco que reclamar.
En efecto, las democracias estables tienen una economía próspera y un nivel de vida muy alto de sus ciudadanos. Cuando esto no es así, la pobreza existe y aumenta con el crecimiento demográfico. En la mayoría de nuestros países la riqueza crece a un ritmo por debajo del aumento de la población y allí reside el quid del asunto. ¿Como crear riqueza a un ritmo superior al crecimiento de la población? Si esto no se logra la pobreza irá en aumento, el “arrecherómetro” subirá y la democracia estará a merced de los populistas. Lo peor es que la democracia, en su generosa tolerancia, permite que un comunista puede acceder al poder mientras que lo contrario no existe. Así se pierden los sistemas democráticos y la única forma de recuperarlos es a través de métodos no convencionales.
De manera que la estabilidad de la democracia depende de nuestra capacidad como país de volvernos ricos. Por una parte, hay que recuperar la honradez en el manejo de los dineros públicos, hay que tener un sistema judicial impecable y enseguida dar facilidades para que se inunde, absolutamente todo el país, en actividades de producción de riqueza. Corea del Sur puede ser una buena referencia. Allí hay prosperidad y trabaja hasta el gato.
Los comunistas tratan de meternos miedo con que si se privilegia al empresario privado sus oscuras ambiciones perjudicarán a la justicia social. Nada más falso. Con trabajo y buenos salarios se construyen sociedades fuertes y, además, dejan de creer en los pajaritos preñados de los habladores rojos de pendejadas.
También hay que recuperar claridad en la relación esfuerzo y bienestar. En el pasado el padre y los hijos iban todos los días al campo para cultivar su comida y si querían una casa la debían construir con sus propias manos. En el mundo moderno esa relación la olvidamos con frecuencia y no es extraño ver a estudiantes, trabajadores, vecinos y un largo etc. Solicitando mejoras a sus condiciones, sin ofrecer algo a cambio. La fábula del Estado-Gobierno todo poderoso debe terminar y estar claro que las mejoras deben surgir más de la creatividad y el esfuerzo de los ciudadanos, que de la ilusión de una mano extendida recibiendo providencias sin sudor.
Igual acontece con nuestro deseo de que salga Maduro. El pedírselo a los políticos tiene mucho del “que alguien nos solucione el problema”. Lograr que se marche el dictador con nuestra creatividad y esfuerzo de ciudadanos es, sin duda, el camino acertado.
Allá vamos.
Eugenio Montoro