En este mundo hay de todo, o como dice esa frase tan popular, que nos vino desde España, “de todo hay en la viña del señor”. En esas palabras articuladas en esa oración se puede comprender que en todas partes hay gente buena y muchas personas de mala índole, como decía mi abuela Emelina. Por eso hay iglesias para los creyentes, escuelas y universidades para educar y formar buenos ciudadanos, pero también hay cárceles para castigar a los que violenten los derechos de los demás seres humanos. Se habla de la existencia del paraíso y, en vía contraria, del mismísimo infierno. Es el escarmiento que deben experimentar los que se porten mal, los que hagan daño al prójimo, como dice mi compadre Alberto González, «ellos creen que no los están viendo, pero van a pagar, porque de la justicia divina del chivuo no se salvan, de ese no se burla nadie».
No hay peor daño a un país que la tolerancia con los que actúen incorrectamente. Así tenemos que hay funcionarios públicos que no cumplen sus horarios, por lo que es imposible hacer eficientemente sus tareas. Trabajadores del sector salud que, además de cabalgar cargos, le meten manos a los insumos, que bastante escasean en los centros hospitalarios, dejando mal parados a la mayoría que son honestos. Se sabe de empresarios con empresas de maletín que viven como parásitos, medrando en las arcas públicas, pendientes de ver lo que les tira el gobierno de turno. Existen miles de historias ciertas, que narran con detalles, los latrocinios cometidos por bandidos que saquearon las instituciones públicas, como CADIVI, por ejemplo, de donde se llevaron miles de millones de dólares, y ahora se pasean tranquilotes por los salones del hotel Humboldt encumbrado en el cerro Ávila, se dan sus paseos mar adentro para llegar hasta Los Roques y luego regresan a la capital de Venezuela a degustar sus exquisiteces en los restaurantes habilitados solo para ellos.
Pudiera seguir escribiendo referencias y me faltaría espacio, más allá de la elasticidad de la magia de la computación. Cierro haciendo mención a las roscas que se enquistan en los partidos políticos para asegurarse cuotas de poder, sin reparar en ver que servicios buenos le prestan a los ciudadanos por los que supuestamente luchan dentro de esas organizaciones partidistas que controlan como dictadores. Modifican estatutos, quitan y ponen directivos como si se trata de pintar las oficinas para cambiarles de color a las paredes. Esos procedimientos son muy dañinos, así no se renuevan los partidos, así no es posible promover nuevas generaciones de relevo. Estos evidentes síntomas de despotismo es lo que ahoga el grito de libertad de millones de ciudadanos que luchamos por desatarnos ese nudo que nos estrangula como sociedad.
En Venezuela mas del 90% de los venezolanos estamos de espaldas a esos procedimientos, por lo que es inocultable que los buenos ciudadanos, los que hemos crecido conforme a los valores que nos inculcaron en la familia, a los que, mal que bien, nos moldearon ideas de libertad y justicia, moral y luces en las escuelas, somos la inmensa mayoría. Precisamente el 17 de agosto lo conversé con el Profesor Vallepascuense Alfredo Medina y llegamos a la conclusión de que, si nos organizamos para revertir ese cuadro aborrecible de corruptelas y caudillismo, sin duda alguna, será posible barrer esa basura y mandarla a los rellenos sanitarios para que no contaminen mas el ambiente.
Hasta cuando los populistas son sus estafas, dejando a los ingenuos creyentes “con los crespos hechos”; hasta cuando los comunistas vendiendo la épica de las guerrillas, del hombre nuevo, del proletariado y de la lucha de clases, para que después que asumen el poder se encaraman en sus aviones, yates y lujosos Ferraris, paseando por el borde de las esquinas en donde se aglomera ese pueblo a rebuscar desperdicios de comida.
Ya basta de tantas vacilaciones, es hora de organizarnos como sociedad que está llamada a defender su futuro luchando en este presente que nos adelanta lo que nos espera si no hacemos nada, siquiera, por nosotros mismos.
Carlos Ismayel
@CYsmayel