Calificar como proceso de normalización la catástrofe que experimenta Venezuela, es como pretender hacer sentir un huracán como viento fresco en el desierto. El hecho de que se están inaugurando bodegones y que la economía del país se reduce a una suerte de territorio Zona Franca, en donde no se sabe quién y cómo paga aranceles, una nación cuya moneda propia no tiene un valor definido, carece de poder adquisitivo y de hecho se impone una dolarización, mas que normal es un país atrofiado.
¿Normal un país azotado por una creciente ola de desempleados que tratan de sobrevivir a expensas de un anarquizado mercado informal? ¿Normal un país en donde la gente es castigada por una hiperinflación que pareciera llegó para eternizarse? ¿Normal un país en el que se mueven dos repúblicas, una habitada por la elite que puede acceder a esos establecimientos comerciales en los que se ofrece de todo a precios al alcance de pocos? ¿Normal un país en donde siguen derrumbadas las instituciones indispensables para que se pueda hablar con propiedad de democracia, libertad y justicia? ¡Qué va, yo no me como ese cuento!
Basta con leer que “en los últimos 25 años los cuerpos policiales y militares de Venezuela cometieron alrededor de 7.893 ejecuciones extrajudiciales”, según datos aportados en su mas reciente diagnóstico del Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos. No deja de ser alarmante que esas cifras no recojan la realidad ya que según los expertos a cargo de dicha institución “pudiera haber un subregistro, por lo que la cifra aumentaría”. ¿Es normal que en un país se asesine, así no más, a personas y que las autoridades no digan nada al respecto? Pero hasta ahí no llega la cosa, ya que Marino Alvarado, vocero calificado que trabaja para esa ONG, reveló en la presentación del informe denominado 25 años de ejecuciones extrajudiciales en Venezuela que “las ejecuciones extrajudiciales son crímenes de lesa humanidad y constituyen una política de Estado contra una parte de la población”.
Otra tragedia que no puede ser vista como “normal” es la que encarnan profesores devengando sueldos miserables, al mismo tiempo que los estudiantes se debaten entre “comer o estudiar”. Leí ayer viernes un reportaje publicado en los portales de noticias de Venezuela, que “el profesor Daniel Terán, historiador con doctorado egresado de la UCV, cuyo sueldo como docente en esta casa de estudios alcanza apenas 11 dólares mensuales, cuando va al mercado se confronta con la realidad nada normal que el costo de dos kilos de carne de res, superan el monto de su salario. Este hombre de 43 años sobrevive con múltiples trabajos: da clases en universidades y colegios privados y hace traducciones e investigaciones para proyectos académicos extranjeros”. Otra expresión de esa tragedia la representa el profesor Antonio Silva, “profesor de informática de 51 años de edad, cuyo salario oscila entre 8 y 10 dólares al mes, mientras que colegas en Latinoamérica pueden ganar 2.500, 3.000, 5.000 dólares mensuales”.
¿A esa calamidad se le puede llamar normalización?