Insistimos, los partidos políticos del siglo XXI nada tienen que ver con los del siglo pasado, incluso, los partidos de países subdesarrollados, como los de Venezuela, tampoco se emparentan en lo más mínimo con los existentes en las naciones del primer mundo. El chavismo ha sido exitoso en retroceder la política de nuestro país al menos 60 o 70 años, a fin de inhabilitar estas organizaciones, desfasarlas del contexto histórico, hacerse inmune a ellas.
Los partidos políticos en Venezuela, con sus honrosas excepciones, son tumultos de personas que giran alrededor de una persona o, cuando mucho, alrededor de presuntas ideologías que hace décadas han quedado en desuso por las sociedades avanzadas por ser obtusas, radiografías de un pasado indecoroso.
Desde hace mucho, los países nórdicos dejaron atrás las ideologías, la nomenclatura “derecha o izquierda” es solo nominal, durante la campaña electoral y, sobre todo, en las gestiones públicas, los políticos se avocan a los problemas reales de la gente, al pragmatismo, tanto que es difícil diferenciar los discursos de “ambos bandos”, tanto que la abstención es siempre alta porque estas sociedades se sienten tan conformes con sus políticos que prácticamente les da igual quien gane.
En el siglo XXI, los partidos políticos son unas organizaciones más en el contexto de las sociedades donde se desenvuelven, partidos históricos como el PRI en México, con casi 100 años en el poder, fue desplazado por un nuevo movimiento. Lo mismo ocurrió en El Salvador y otras naciones, todas con diversos resultados, buenos y malos, pero el meollo del asunto es que ya no hay partido político “indispensable”.
¿El secreto? Una sociedad civil organizada, comprometida con su destino. La sociedad civil ha sido la protagonista en el siglo XXI donde los cambios políticos han tenido lugar. Tristemente, en Venezuela la visión de los enemigos de la democracia ha sido destruirla, paradójicamente, partidizarla.
La “democracia protagónica” y “el poder popular” han sido recursos verborreicos en un plan mucho más amplio y perverso, el de limitar, castrar y mantener en condición de secuestro a toda organización, movimiento o estructura social, un paternalismo de Estado que luego se transformó en una relación de esclavitud, a través de una pobreza planificada de la que hablaremos en otro momento.
Todo esto nos ha hecho llegar a un vergonzoso 2022, donde la política retrocede mucho más, empujada por una débil burbuja económica y una coyuntura internacional que hace los recursos energéticos de Venezuela opaquen la tragedia de los habitantes de este país. El chavismo, más rechazado que nunca, a través de la violencia institucionalizada, recobra fuerza al saber extraer ventaja de su entorno. La oposición venezolana se asfixia en un círculo vicioso de diálogos furtivos y procesos electorales cada vez en condiciones más absurdas.
El régimen juega sus cartas, con sus opositores de siempre y una nueva generación que ha manufacturado a su imagen y semejanza, empujan la política venezolana al sendero que le da la gana, controlando y manipulado a sus colaboradores por medio de cuotas de poder y tras la apetitosa oferta de recursos para las pretendidas campañas electorales, por eso observamos infaustos personeros hablando solo de elecciones y no de lo realmente importante, la libertad.
No todo está perdido, la sociedad civil se organiza, ella (como ha ocurrido en otras latitudes) puede organizarse e incluso transformarse en organización con fines políticos, pudiendo ser una alternativa a la podredumbre politiquera dizque opositora. Solo se rescatan de esa podredura quienes involucran en sus discursos y acciones a la sociedad civil, quienes la llaman a ser protagonista.
Leandro Rodríguez
@leandrotango