Qué difícil es para todos los venezolanos ricos, pobres o de la ya casi inexistente clase media, levantarse todos los días y sentir que en el bolsillo se tiene menos dinero o no te alcanza para poder comprar las cosas, si es que se consiguen. Y lo peor es la experiencia terrorífica que es ahora ir a un supermercado y esperar con angustia la cuenta final en una caja.
Venezuela es un país lleno de distorsiones económicas y esa es la consecuencia de un modelo socialista que colapsó, se agotó y no tiene remedio. La inflación aumenta todos los días y el Gobierno no tiene ni idea de cómo enfrentar ese monstruo que nadie ve, pero que todos sentimos cuando se come nuestro poder adquisitivo. Van contra la corriente y se empeñan en seguir por ese camino.
Los precios de los insumos básicos y no tan básicos suben sin control. Estamos en una economía dolarizada pero sin nombrarla oficialmente y a cada rato vemos a desesperados ministros hablar de medidas económicas: que si vamos a traer unos barcos y que si le vamos a comprar 600 millones de dólares a Colombia en productos como carne, leche, entre otros.
Anuncian medidas económicas que al final son más de lo mismo. No se ponen ni siquiera de acuerdo en qué hacer para corregir el sendero desvirtuado que están tomando. Hay una feroz lucha entre la línea dura de Giordani y la tendencia renovadora de Merentes. Mientras ellos pulsean por el control del poder, el país va camino a una explosión social.
Me contaba una señora que hace tres semanas compró una nevera de dos puertas verticales en 47 mil bolívares y hace dos días la misma nevera costaba 67 mil bolívares, que como vemos ya dejó de ser fuerte; eso por mencionar sólo una de las tantas cosas que están ocurriendo y por eso uno dice: a este Gobierno se lo está llevando el mismísimo demonio. Y en ese viaje no se va solo y nos está empujando a todos al vacío. Estamos tocando fondo y un fondo por demás fangoso.
Hay una locura colectiva de precios a todo nivel, por ejemplo, el que quiera viajar al exterior se enfrenta a dos cosas: la primera es ver si consigue boleto y la segunda el precio. Viajar a España en tiempos «normales» podía costar 15 mil bolívares, pero ahora cuesta 60 mil bolívares. El famoso «está barato, dame dos», no volverá más nunca. El país entró en un laberinto donde cada quien anda buscando sobrevivir, sin importar que de pronto cometa ilícitos en esa loca carrera.
El desabastecimiento sigue y el engaño del Gobierno en esa materia también sigue. Ya nos acostumbramos al «bachaqueo”. En el Zulia si consigues leche tomas leche; si consigues harina PAN, pues comes arepas, y así vas con todo, tal cual como en aquella novela «Por estas calles» y la famosa frase de Eudomar Santos: «como vaya viniendo vamos viendo». Hasta los juguetes para el regalo del Niño Jesús están siendo comprados en cuotas mensuales. Mientras eso ocurre, el Gobierno sigue apelando a la muy desgastada estrategia de culpar a otros de su incapacidad.
El modelo socialista no sólo se agotó en su faz económica, tampoco tiene ideas nuevas para resolver los viejos problemas que se han ido agravando en medio de la incompetencia y terquedad oficial. No saben cómo sacar al país del atolladero donde lo metieron por su necedad de imponer un socialismo desfasado y fracasado.
Maduro tiene un gran reto, o nos saca a todos del atolladero en donde nos tiene sumergido, o se tendrá que medir con un pueblo hambriento y sin esperanza. Eso para un político es igual a un golpe en la quijada de un boxeador que luego cae tendido en la lona. Con una Ley Habilitante no va solucionar los problemas que tenemos, por eso es que deseos no empreñan y si tu consideras que no vamos por buen camino entonces actívate y sal a votar el 8 de diciembre.